La tecnología puede ayudar a hacer discípulos en todo el mundo, pero nos corresponde a nosotros utilizarla sabiamente.

Miré mi teléfono inteligente y después el televisor, preguntándome cuánto tiempo transcurriría antes de que CNN informara lo que Twitter ya me había estado diciendo durante varios minutos. Mis amigos estaban difundiendo la noticia de que Osama bin Laden había muerto, mientras que el que había sido el canal de noticias de vanguardia, se había quedado atrás.

Pensé entonces en el veloz ritmo del cambio. Me vino a la mente cómo el viajar por el aire —apenas un sueño durante la mayor parte de la historia— era ahora algo normal. Pensé también en la capacidad tecnológica que llevó al hombre a la Luna, y en cómo esa capacidad ha quedado eclipsada por la computadora portátil del mercado actual. Nuestra insaciable y evidente necesidad de lo nuevo, lo rápido y lo conveniente escasamente puede mantener el ritmo. Nos guste o no, nuestro mundo es un mundo tecnológico, y esta realidad afecta la manera como trabajamos y vivimos, nuestras relaciones, e incluso la forma como seguimos a Cristo.

Dos mil años antes de Twitter, Santiago conocía el poder de frases breves e impactantes. Resumió la vida cristiana como: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg 1.27).

Por cuanto los huérfanos y las viudas están entre los miembros más vulnerables de la sociedad, Dios demuestra especial interés por ellos (véanse Dt 10.18; Is 1.17; Jer 7.5-7). Cuidar de ellos, entonces, es actuar como Dios. En la encarnación, el Hijo de Dios se humilló a sí mismo, y vino a vivir entre personas heridas, de manera que cuando los discípulos seguían a Jesús de pueblo en pueblo, también iban tras Él cuando se dirigía a los enfermos y a los que padecían necesidades. Seguir a Cristo hoy es muy parecido. Esto exige que nos inclinemos y toquemos a los que sufren —los huérfanos, las viudas, y cualquiera que esté necesitando de alivio.

Pero hay otro ingrediente en cuanto a la “religión pura y sin mácula”. Santiago nos recuerda que estamos llamados a guardarnos “sin mancha del mundo”. Todos hemos sido golpeados, maltratados y manchados por el hecho de vivir en este mundo. Hasta Jesús mismo tiene las cicatrices de lo que este mundo le hizo. Santiago no está hablando de mantenerse libre de esta clase de manchas; está hablando de santidad y pureza, las características de una existencia vivida andando en las pisadas de nuestro Salvador. Mientras los discípulos de Jesús lo seguían por todas partes de la antigua Palestina, Él les enseñó a orar, los ayudó a entender las Sagradas Escrituras, y abrió sus ojos al reino de Dios. Pedro, Santiago y Juan, junto con los demás, estaban aprendiendo a conocer la compasión de Dios mientras pasaban tiempo con Jesús, llegando a parecerse más a Él.

Los discípulos crecieron en el conocimiento y la fe, y después ayudaron a otros a hacer lo mismo. Esas otras personas transmitieron lo que habían aprendido aun a más gente. Esta práctica de hacer discípulos se propagó de ciudad en ciudad, y de generación en generación, hasta llegar a la nuestra. El pastor y escritor Kevin DeYoung lo dice de esta manera: “El gran requisito indispensable para producir cristianos consagrados y maduros, es otros cristianos consagrados y maduros”. No podemos crecer para ser más como Cristo dejando de lado la comunidad; no podemos crecer más profundamente con Jesús si no pasamos tiempo con personas que lo conozcan bien.

En tanto que nos esforzamos por andar con Cristo, la tecnología ofrece algunas herramientas maravillosas. El mundo está ahora más conectado, y nos encontramos con más oportunidades que nunca para ofrecer un vaso de agua fría en el nombre del Señor. Pero siendo que cada avance en la tecnología nos capacita para amar a nuestro prójimo de una manera nueva, tenemos que tomar una decisión.

Cuando ocurre un desastre natural, enviar ayuda es ahora tan rápido y fácil como enviar un mensaje de texto. Pero el ver eventos catastróficos día tras día a través de una pequeña pantalla de computadora puede insensibilizarnos al sufrimiento muy real de los demás, si no tenemos cuidado. Y aunque la Internet hace que sea más fácil ayudar a los pobres, para muchos será más fácil hacer caso omiso de la pobreza extrema cuando solo la ven por la pantalla de una computadora.

Al mismo tiempo, la transmisión de vídeos, podcasts y libros electrónicos permiten que cualquiera se siente a los pies de maestros extraordinarios de la Biblia. Sin embargo, hay quienes se ven tentados a apartarse de la comunidad local de su iglesia por esa misma razón. Incluso, pueden justificar su decisión, a sabiendas de que los sermones de su pastor no pueden estar a la altura de los de los mensajes que pueden ver y escuchar por Internet. Facebook, Twitter e Instagram nos conectan con amigos y familiares, pero al mismo tiempo hacen posible que dejemos de verles y hablarles con regularidad.

Congregarnos sigue siendo una necesidad para el creyente, pero la tecnología puede embaucarnos haciéndonos creer que ahora es menos necesario, o puede llevarnos en la dirección incorrecta, engañándonos con un tipo de congregación falsa. Hoy en día podemos mantenernos conectados con la cultura que nos rodea, y a pesar de eso vivir totalmente solos. Pero el Señor nunca animó a sus seguidores a que vivieran solos, sin ayuda.

Si bien no creo que sea necesario vivir aislados, tampoco creo que tengamos que deshacernos de todo tipo de herramienta tecnológica. En realidad, el problema no es la tecnología; lo importante es cómo nos relacionamos con ella.

En el primer siglo, cuando los apóstoles y los primeros misioneros salían a difundir la buena nueva de Jesucristo, podían contar con cierto avance tecnológico que hacía posible sus viajes: las carreteras —la red de banda ancha original— las cuales hicieron posible que el evangelio llegara a las partes más distantes del imperio romano, y que de otra manera no habría sido posible.

Mientras iban con las buenas nuevas, los primeros cristianos escribían. Los evangelios y las epístolas del Nuevo Testamento son en sí mismos el equivalente antiguo de sermones en MP3 —portátiles y reproducibles. Cuando Pablo no pudo visitar Roma, envió una carta para explicar su teología y animar a los fieles. De haber él tenido a su alcance la tecnología de hoy, podría haber grabado un vídeo y enviado a los romanos el enlace en YouTube. La carta a los Romanos es, en esencia, un mensaje grabado para ser “repetido” cada vez que alguien necesite escucharlo.

La iglesia primitiva utilizó la tecnología disponible para compartir el evangelio y hacer discípulos. La usaron para mejorar el discipulado, no para desplazarlo. Nosotros debemos hacer lo mismo. Para algunos, esto puede significar encontrar nuevas formas de conectarse; para otros, puede significar desconectarse con más frecuencia. En la medida que nuestras vidas digitales y los dispositivos nos ayuden a ser más como Cristo, serán una bendición. Seguir a Cristo fue la prioridad absoluta para los primeros cristianos, y también debe ser la nuestra —con o sin pantallas.


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