Uno de los momentos más desgarradores de la vida del apóstol Pedro debió haber sido la noche del arresto de Cristo cuando oyó el canto del gallo. Los cuatro Evangelios registran el evento, y con excepción del evangelio de Juan, los otros tres evangelios narran la forma en que Pedro se quebrantó y lloró amargamente. La Biblia nunca idealiza a sus personajes principales, y puede ser alentador descubrir que rara vez somos probados de una manera única y original.

Pedro era el más leal y entusiasta de todos los seguidores de Jesús. En la Última Cena, confirmó la inquebrantable devoción que el tenía por Jesús, al declarar: “aunque todos te abandonen yo jamás lo haré” Jesús le contestó: “Te aseguro, que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.” Pedro insistió: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”, (Mateo 26:33-35). No hay ninguna razón para creer que la motivación de Pedro no era una motivación genuina.

Después del arresto de Jesús, Pedro lo siguió a una distancia segura, y tres veces fue acusado de haber estado con Jesús, pero con igual énfasis, negó haberlo conocido. Su sensación de alivio fue rota abruptamente cuando escuchó el canto del gallo y recordó con el corazón acongojado lo que Jesús le había dicho. Cuando se trata de promesas incumplidas, palabras de lealtad prometiendo que nunca fallaremos y de compromiso con Dios, al igual que Pedro, también escuchamos el canto del gallo en nuestras vidas.

Es un dilema al que todos nos enfrentamos cuando sinceramente deseamos agradar a Dios, pero fracasamos una y otra vez. En el huerto de Getsemaní, Jesús lo resumió para Pedro de la siguiente manera: “el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41). Es cuando experimentamos en nuestro espíritu aquello que es admirable, pero que no podemos poner en acción, que nos damos cuenta de nuestra bancarrota moral y espiritual. Todo lo que Jesús espera de nosotros es el fracaso, pues dice: “porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Para Pedro, la mañana de lágrimas cuando el gallo cantó, hizo posible una mañana triunfal de gozo, siete semanas después. En ese lapso de tiempo, despojado de su propia suficiencia y confianza, Pedro fue capaz de pararse en el Día de Pentecostés con una nueva fuerza y una nueva vida que no era la suya. La explicación ya no era "Pedro", sino "Jesús", que había venido a vivir en él por el Espíritu Santo. Al igual que Pedro, no es sino hasta que reconocemos que hemos llegado al final de nosotros mismos y permitimos que la vida de Jesús viva en nosotros, que realmente experimentaremos Su fortaleza y Su suficiencia.

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