«Buena es la vida cuando la vida es buena», esa era su consigna y su filosofía. Joven, de sólo diecisiete años de edad, buen mozo, atlético, elegante y con los bolsillos siempre llenos de dinero, Andrés Smith se dio el lujo de gastar sin medida en cualquier lugar donde estuviera.

Provisto de una tarjeta de crédito, viajó por toda Europa, siempre rodeado de amigos y amigas. No había club nocturno ni playa popular que no visitara. Hasta que se descubrió la verdad. La tarjeta de crédito que tenía era falsa. Así que condenaron a Andy, como lo llamaban sus amigos, a diez años de cárcel, por fraude, en Londres, Inglaterra.

En realidad, ¿qué califica de buena a la vida? Muchos, al igual que Andy, creen que uno de los factores principales es poseer una buena tarjeta de crédito. ¿Acaso una buena tarjeta no le permite a uno viajar sin dinero en efectivo y darse los mayores gustos sin tener que hacer más que presentar un pequeño rectángulo de plástico? Claro que la tarjeta sólo debe usarse si es genuina, si se tiene el derecho de usarla y si hay fondos para pagar la deuda oportunamente. Porque si no hay con qué saldar la cuenta a tiempo, la tarjeta se presta para convertir en esclava del banco a la persona que la posee.

Todo el mundo sabe que la esclavitud de las deudas monetarias no da lugar a una vida buena sino a una vida intranquila, acosada por los acreedores. En cambio, muchos no saben que las tarjetas que ofrecen garantías de una vida buena no son las de crédito monetario sino las de crédito moral y espiritual. A Dios gracias que hasta para los que nunca se han dado el lujo de poseer una tarjeta de crédito monetario, hay tarjetas de crédito moral y espiritual que están a su alcance. Irónicamente, las que más valor tienen son las que nada tienen que ver con el dinero.

Las tarjetas de crédito moral se adquieren como resultado de la entereza de carácter, a largo plazo. Tal vez la más valiosa sea la integridad, pues no es posible exagerar la importancia que tiene el ser personas dignas de toda confianza. Si no lo somos, tarde o temprano se descubrirá nuestra falsedad o carencia, y perderemos la buena fama y la buena reputación, que el sabio Salomón dijo que valen «más que las muchas riquezas, y más que oro y plata».

A diferencia de las tarjetas de crédito moral, las tarjetas de crédito espiritual no se adquieren por nuestros propios méritos sino por los méritos de Cristo al morir en la cruz por nosotros. Tal vez la más valiosa sea el perdón del pecado. Como nosotros no podíamos saldar por cuenta propia nuestra deuda de pecado, Cristo la pagó con su sacrificio supremo. Ahora no tenemos más que apropiarnos de esa tarjeta de perdón y usarla para pagar esa enorme deuda. Es la única tarjeta que no sólo ofrece garantías de una vida buena sino de una vida sin igual tanto en este mundo como en el venidero.


Carlos Rey 
Un Mensaje a la Conciencia