Cuando la vida se pone difícil, autocompadecernos puede ser una tentación muy grande. Pero, afortunadamente, hay una manera mejor, una estrategia probada por el tiempo, para no dejar que las circunstancias le detengan.

Mientras usted lee estas palabras, puedo sospechar que hay circunstancias con las cuales está batallando. Sin duda, asuntos que ocupan sus pensamientos: relaciones que necesitan atención; facturas que debe pagar; sueños, proyectos y metas sin alcanzar. La vida es tan compleja y tan ajetreada, que a veces puede parecer más de lo que uno puede soportar.

Permítame decirle que la verdad es que sus circunstancias son más de lo que usted puede manejar por sí solo, ya sea que se haya percatado de esto, o no. ¿Por qué se lo digo? Porque usted nunca estuvo destinado a vivir al margen del sustentador auxilio de Dios, y es por su sola misericordia que usted es capaz de mantenerse día tras día.

Uno puede pensar que está controlando sus propios asuntos, pero sin la bondad de Dios todos estaríamos totalmente paralizados. Esa es la primera lección. La segunda, es que Dios no quiere que usted pase por esta vida solo. Él quiere relacionarse con usted y ser su Padre amoroso, para ayudarle y guiarle a través de las circunstancias más difíciles. La pregunta es: ¿Está usted dispuesto a permitir que Él lo haga? Muy a menudo decimos que queremos la ayuda del Señor, pero nuestras acciones indican que no estamos dispuestos a renunciar al control y a dejar que Él sea quien tome el mando.

En un momento u otro, todos enfrentamos situaciones poco deseables. En momentos como estos, tenemos dos opciones: vivir bajo nuestras circunstancias y tratar de manejarlas lo mejor posible, o humillarnos y buscar a Dios, permitiendo que Él nos levante. La decisión se reduce a si, en lo más recóndito de nuestro corazón, creemos o no que Él nos sacará adelante.

¿Se identifica usted con esa lucha? El apóstol Pablo debió haber tenido algunas veces la tentación de desanimarse. Por haber sido un hombre que enfrentó grandes dificultades y sufrimientos, se podría argumentar que tenía el derecho a estar molesto con Dios. Palizas repetidas, desprecios y cárceles —uno pensaría que el Señor vendría siempre a rescatar a su apóstol especialmente escogido. Pero no lo hizo. Eso no parece justo, teniendo en cuenta cuán fielmente le había servido Pablo.

Sin embargo, hay algo que necesitamos observar: Pablo no dejó que sus circunstancias dictaran su conducta, moldearan su actitud o controlaran su mente. Estando en la celda de una prisión, escribió estas palabras a los filipenses: “He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Fil 4.11-13 NVI).

Notemos que Pablo había aprendido a estar contento. No como resultado de circunstancias favorables o por tener un temperamento tranquilo. Su contentamiento se había desarrollado en las adversidades, y era el fruto de su obediencia. Usted y yo podemos aprender a vivir con ese mismo gozo, sin importar lo que venga.

Enfocado en la bondad de Dios
En Filipenses, el apóstol menciona a Cristo o a Jesús numerosas veces, pero habla de su encarcelamiento en apenas unos pocos versículos del primer capítulo. No hay ninguna queja, autocompasión o acusación al Señor. De hecho, la carta está llena de todo lo contrario —de regocijo.

Aunque su vida pendía continuamente de un hilo, Pablo podía regocijarse porque confiaba en los planes de Dios para su futuro. Su lema de vida era: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (1.21). Sabía que la muerte lo llevaría de inmediato a la presencia de Cristo, y que la vida en la Tierra significaría más años de servicio fructífero. En cualquier caso, los planes de Dios para él eran buenos, aunque sus circunstancias no lo fueran. El secreto del contentamiento de Pablo era su firme creencia en la bondad del Señor para con él, el reconocimiento de su autoridad sobre su vida, y la confianza absoluta que tenía en cuanto a la voluntad de Dios.

Desde una perspectiva terrenal, la vida de Pablo podía estar en manos del emperador romano, pero, en realidad, solamente el Señor es el Gobernante soberano en el cielo y en la Tierra (Sal 103.19), lo cual significa que Él controla todo lo que sucede en este mundo. A la mayoría de las personas les resulta difícil creer esta declaración, porque no aceptan que un Dios misericordioso pueda permitir que sucedan cosas malas. Pero cuando se trata de por qué Él permite el mal y las adversidades, es porque tiene propósitos y razones que pueden seguir siendo siempre un misterio para nosotros. Lo que sabemos con certeza es que el Señor es bueno, y que al final su bondad se impondrá (Ro 8.28; Fil 2.13). Puede que no le veamos o sintamos siempre, pero Él está morando dentro de nuestro ser, y actuando en medio de nosotros.

Una oportunidad para servir
“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio”, escribió Pablo (Fil 1.12).

Aunque la prisión parecía ser un obstáculo enorme que le impediría al apóstol servir al Señor, esto resultó ser todo lo contrario. Por ser un preso bajo arresto domiciliario, tenía la oportunidad de alquilar las habitaciones de su vivienda. Por tanto, aprovechaba cada oportunidad para hablar de Jesús a quienes lo visitaban. Además, tenía siempre, literalmente, una audiencia cautiva, porque estaba encadenado todo el tiempo a un guardia romano (Hch 28.16, 30, 31). Muy pronto, toda la guardia pretoriana había escuchado hablar de Pablo y de su encarcelamiento por causa de Cristo (Fil 1.13). El mensaje del evangelio había llegado, incluso, al lugar más inesperado —a la casa de César (4.22). Gracias a su arresto, Pablo se hizo visible a un auditorio que no habría tenido de otra manera.

Servir al Señor fielmente en circunstancias difíciles, es un testimonio no solamente para el mundo incrédulo, sino también para los demás cristianos. La prisión de Pablo inspiró a otros creyentes a confiar en Dios y a hablar con valentía su Palabra, sin temor (1.14). Pero hubo un resultado aun más sorprendente. Algunos creyentes, que estaban envidiosos de Pablo, comenzaron a predicar el evangelio por egoísmo, con la esperanza de provocarle angustia. Pero incluso en esto, Pablo vio la bendición de Dios, y se regocija de que, ya fuera por pretexto o por verdad, Cristo estaba siendo proclamado (vv. 15-18).

¿Qué me dice de usted?
¿Dónde pone su mirada en las circunstancias difíciles? ¿Está buscando continuamente una salida? ¿O se inquieta por la situación, hasta que cae en la desesperación? Otra opción es centrarse en sí mismo, regodearse en la autocompasión, o echar la culpa a otros —incluso a Dios.

Si usted está lidiando con situaciones angustiosas, es muy natural que esté inquieto. Pero un hijo de Dios cuenta con el privilegio de tener un enfoque más elevado. Cuando las circunstancias nos parezcan abrumadoras, lo único que tenemos que hacer es fijar los ojos en Cristo (He 12.2), y dejar al cuidado de Él nuestras mentes y nuestros corazones. Si le hemos confiado lo más importante —nuestra salvación eterna—, con toda seguridad podremos confiarle nuestras angustias pasajeras. Es posible vivir con una sensación inquebrantable de ánimo y confianza, en vez de dejarnos llevar y ser derrotados por las tormentas de la vida. El factor decisivo es la confianza.

En medio de sus horribles circunstancias, el corazón de Pablo estaba puesto en el Señor —“conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3.10 NVI). Ninguna circunstancia negativa podría robarle ese anhelo. Por el contrario, su encarcelamiento estaba produciendo en Pablo lo que él más deseaba: una relación más íntima con Cristo.

La perspectiva correcta en cuanto a las circunstancias en que usted se encuentra, comienza con su manera de pensar. Una mente enfocada en Dios y en su Palabra, ve más allá de las dificultades temporales la mano de Dios en acción. Una vez que su mente esté enfocada en Él, y que su confianza en su soberanía y su bondad sea firme, no tendrá ningún problema para aceptar cualquier situación que Dios permita en su vida. En realidad, el gozo imperturbable solo es posible cuando usted se rinda totalmente a Cristo. Entonces podrá descansar, aunque esté rodeado de calamidades, como lo estuvo Pablo, porque sabrá que el Señor le está sosteniendo en sus manos amorosas, actuando para que todo resulte para bien.


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