Los cristianos no niegan que hay muchísima maldad en el mundo. Ni siquiera niegan que hay muchísima maldad en ellos. Sin duda usted puede identificarse con la confesión de Pablo en Romanos 7:19: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Él exclama: “¡Miserable de mí!” (7:24) Y confiesa: “en mi carne, no mora el bien: (7:18). Así que Romanos 8:28 no dice que no haya nada malo. Dice que aun lo que es malo en nosotros puede obrar para bien.
Observe que el versículo no dice que las cosas por sí mismas obran para bien. Eso es lo que el mundo piensa: Que las “cosas les ayudan a bien”. Pero los mejores manuscritos griegos de este versículo ponen en claro que el sujeto de la oración no es cosas sino Dios: “Sabemos que Dios hace que todas las cosas obren para bien”.
Eso nos señala un elemento muy importante del carácter de Dios. Podemos llamarlo la soberanía de Dios. Esa es su autoridad y su poder supremo sobre todos los asuntos de la vida, para producir por ellos sus propios buenos propósitos. También la pudiéramos llamar la providencia de Dios. Es decir, la forma maravillosa en que Dios toma todas las vicisitudes de la vida, todas las contingencias, todas las decisiones, todas las cosas buenas, malas e indiferentes y las entrelaza para un buen propósito.
Esa promesa no es para todo el mundo. Dios no dice que todo obrará para bien para todas las personas en el mundo. Esa es una promesa hecha solamente para quienes aman a Dios, quienes han sido llamados a la salvación. No todo en su vida será bueno pero todo en su vida obrará por la soberana providencia de Dios.
Pudiera no ver eso en este momento pero cada sufrimiento, cada tentación, cada prueba, incluso cada pecado, Dios los teje en un tapiz que al final es para su bien. A veces mirar su situación es como mirar la parte de atrás de una alfombra oriental. Lo único que puede ver es un montón de hilos que van en todas direcciones. Parece algo caótico. Pero si da la vuelta a la alfombra, puede ver un diseño maravilloso. Cuando se le dé la vuelta a su vida algún día en la eternidad, usted verá el diseño. Verá cómo Dios hizo que todas las cosas obran para bien...
Aún en nuestras pruebas y tentaciones, Dios está obrando para bien. ¿Le sorprendió que yo dijera que incluso Dios hace que nuestros pecados obren para bien? Cuando veo pecado en mi vida, Dios usa esos tropiezos para aumentar mi aversión por el pecado. En cuanto a la vida venidera, Dios está obrando en todos los aspectos de nuestra vida presente a fin de producir una recompensa eterna que disfrutaremos por siempre en su presencia.
No espere que todo en la vida sea bueno. Eso no sucederá. No espere que todo en usted sea bueno. Eso tampoco sucederá. Pero lo que sí puede esperar es esto: Dios tejerá todas las cosas a favor de sus amados hijos para producir un buen resultado, ahora y por toda la eternidad.
Cuando Jesús habla a cerca de lamento y luto en las bienaventuranzas, Él no está hablando de muerte y funerales, sino que está relacionándolo con algo que ocurrió anteriormente. Cuando reconocemos y enfrentamos nuestra “pobreza en espíritu”, podemos hacer cualquiera de estas dos cosas: podemos ocultarla y fingir que no existe o podemos enfrentarla con honestidad, llorándola y lamentándola.
Llorar y lamentar nuestra “pobreza en espíritu” significa arrepentimiento. El arrepentimiento no consiste simplemente en sentirnos mal por lo que hayamos hecho o hayamos dejado de hacer, sino consiste en que reconozcamos que la causa de lo que hacemos, es lo que somos. En nuestro estado natural, somos pecadores, no porque pequemos, sino porque ésa es nuestra naturaleza inherente. Cuando nacimos en esta existencia, Dios no miró desde el cielo y dijo: “Ese es un bebe muy lindo, espero poder conservarlo.” Entonces, luego un día pecamos y Dios con tristeza dijo: “¡Oh, no! otro que se ha ido”. La realidad, es que todo lo que Dios espera de nosotros es el fracaso, porque la condición natural de nuestro corazón es una condición de corrupción y por lo tanto, pecamos.
Pablo escribió acerca de sí mismo: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual. Pero yo soy meramente humano y estoy vendido como esclavo al pecado” (Romanos 7:14). Pablo lo que está haciendo es una descripción de sí mismo, en su estado natural, es decir, apartado de Dios, y aclara lo que somos en nuestra naturaleza original. Nuestra naturaleza original, al estar separados de Dios, es esencialmente corrupta y no podemos por nuestros propios medios escapar de ella. Es por eso que tenemos que enfrentar y llorar nuestra “pobreza en espíritu”.
El arrepentimiento no es un hecho que toma lugar una vez en el tiempo, sino es una actitud permanente y es una disposición de corazón; el arrepentimiento implica un cambio de mente, que nos lleva a cambiar las cosas que no son de Dios por las cosas que sí son de Dios. El arrepentimiento consiste en pasar de la dependencia de nosotros mismos a la dependencia de Dios, e implica que vivamos no en nuestras propias fuerzas, sino en la fortaleza de Cristo. El arrepentimiento consiste en dejar de vivir a nuestra manera y pasar a vivir a la manera de Dios...
Cuando reconocemos nuestra “pobreza en espíritu”, y la lamentamos, lo maravilloso que sucede es que descubrimos que no somos criticados, ni humillados, ni condenados a causa de nuestra pobreza espiritual, sino que en respuesta a nuestro arrepentimiento, Dios nos perdona, nos limpia y envía a Su Espíritu Santo a morar en nosotros, el “Consolador” como Jesús lo llamó. El Consolador es el antídoto a nuestra pobreza espiritual y Él viene a morar en nosotros, para que de esta manera, Él mismo remplace la corrupción de nuestro corazón por la justicia de Cristo.
Yo diría que la medida de nuestro arrepentimiento marcará la medida de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Y la tarea del Espíritu Santo es reemplazar nuestra pobreza, por las riquezas de Cristo; nuestra debilidad, por la fortaleza de Cristo; nuestra derrota, por la victoria de Cristo. El Consolador, es la presencia de Cristo en nosotros y Su permanente presencia en nosotros es infinitamente reconfortante.
Vive la Verdad
¿Recuerda usted cuando los hombres eran hombres? ¿Recuerda usted cuando uno podía decirlo simplemente al verlos? ¿Recuerda usted cuando los hombres sabían lo que eran, les gustaba lo que eran, y no querían ser otra cosa que lo que eran?
¿Recuerda cuando eran los hombres los que boxeaban, luchaban, y se jactaban de cuántos kilos de pesas podían levantar?
¿Recuerda usted cuando eran las mujeres las que llevaba maquillaje, aretes y bikinis?
¿Recuerda usted cuando eran los hombres los que iniciaban el contacto, y tomaban la iniciativa en una relación personal, y se comprometían de por vida, y modelaban una masculinidad cimentada en seguridad y estabilidad?
Estoy hablando de hombres que saben discernir, que son decisivos, que tienen un corazón fuerte, que saben a dónde van, y tienen suficiente confianza en sí mismos (y en su Dios) para llegar allá. Hombres que no tienen miedo de tomar la iniciativa, de pararse firmes, fuertes en sus principios, aunque las cosas se pongan color de hormigas.
Tales cualidades no sólo inspiran el respeto de las mujeres, sino que también engendran una admiración saludable en los jóvenes y muchachos que anhelan hallar héroes. Necesitamos hombres que sepan pensar con claridad, trabajar duro, hablar sin rodeos, mientras que a la vez son tiernos, sensatos, y cariñosos, y no piensan que hay necesidad de pedir permiso para tomar las riendas.
En las últimas tres décadas hemos visto un ataque serio a la masculinidad. Los resultados están bien representados en las artes, los medios de comunicación, el mundo de la moda, y en los que llegan a ser los héroes de los jóvenes.
Apenas terminada la sangrienta Guerra Civil de los Estados Unidos de América, el poeta y novelista norteamericano, Josiah Holland, escribió una apasionada oración a favor del país. Empieza: “Dios: danos hombres. . . ." Pero la verdad es que Dios no le da a una nación hombres; nos da muchachos. Niños, adolescentes, muchachos impresionables, que necesitan saber lo que significa convertirse en hombre. El plan de Dios todavía sigue como fue diseñado en la creación; y empieza en casa.
Hombres: ¿están ustedes modelando hombría según la palabra de Dios? Mamás y papás: ¿están ustedes criando a sus hijos para que sean auténticamente masculinos? Si no, ¿por qué no? ¡Piénselo!
Visión para Vivir
No somos los dueños de nuestro destino, ni individualmente, ni como nación. ¿Cómo podemos jactarnos de controlar nuestro destino cuando un virus puede paralizar a decenas de miles? ¿Cómo puede nuestro país insistir en que nosotros, con nuestro poderío militar, nuestra tremenda riqueza y nuestras alianzas con otros países, somos los dueños de nuestro propio destino, cuando la historia demuestra que Dios fue quien diseñó el curso de esta nación?
Estamos atrapados en una corriente de la historia que no podemos controlar. Hay un solo poder que puede cambiar el curso de la historia, y es el poder de la oración: la oración de hombres y mujeres que creen en Cristo y reverencian a Dios.
Pero hoy, hemos llegado a un punto en que muchas personas consideran que la oración es una mera formalidad. No tenemos el sentido de buscar ese acercamiento con Dios, sino, más bien, de cumplir una tradición venerable. Pero ¿cómo podemos seguir adelante si no hacemos un nuevo énfasis en la oración?
Miles de personas oran solo en tiempos de gran tensión, peligro o incertidumbre. Cristo les enseñó a sus seguidores que oraran siempre. Tan fervientes y tan directas eran las oraciones de Jesús que una vez, cuando Él había terminado de orar, sus seguidores se acercaron a Él y le dijeron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).
De tapa a tapa de la Biblia se encuentran relatos de personas cuyas oraciones fueron contestadas; personas que cambiaron la dirección de la historia por medio de la oración; personas que oraron fervientemente, y Dios contestó. Abraham oró, y mientras él oró, Dios no destruyó la ciudad de Sodoma, donde vivía Lot, el sobrino de Abraham.
Ezequías oró cuando su ciudad era amenazada por el ejército invasor de los asirios comandado por Senaquerib. Todo el ejército de Senaquerib fue destruido y la nación fue librada por una generación más... porque el rey había orado.
Elías oró, y Dios envió fuego del cielo para consumir la ofrenda del altar que él había construido en presencia de los enemigos del Señor. Eliseo oró, y el hijo de la sunamita resucitó de los muertos. Jesús oró junto a la entrada de la tumba de Lázaro, y el que había estado muerto durante cuatro días salió, vivo. El ladrón crucificado oró, y Jesús le aseguró que iba a estar con Él en el paraíso. Pablo oró, y nacieron iglesias en Asia Menor y en Europa. Pedro oró, y Dorcas resucitó para poder servir a Jesucristo varios años más.
John Wesley oró, y llegó el avivamiento a Inglaterra. Jonathan Edwards oró, y llegó el avivamiento a Northampton, Massachusetts (EUA), y miles de personas se sumaron a las iglesias. La historia ha cambiado una y otra vez a causa de la oración, y puede cambiar de nuevo si hay personas que se ponen de rodillas y oran con fe.
¡Qué cosa gloriosa sería si millones de nosotros hiciéramos uso del privilegio de orar! Jesucristo murió para hacer que esta comunión y esta comunicación con el Padre fueran posibles. Él nos dijo que hay gozo en el cielo cuando un pecador se aparta del pecado para buscar a Dios y susurra la sencilla oración: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”.
Cuando los discípulos fueron a ver a Jesús y le pidieron que les enseñara a orar, el Salvador respondió dándoles la petición modelo: el Padrenuestro. No obstante, eso solo fue parte de su sagrada instrucción. Hay decenas de pasajes en que Jesucristo ofrece otras indicaciones, y dado que Él practicaba lo que predicaba, toda su vida fue una serie de lecciones sobre la oración constante. Jesús tuvo solo tres años de ministerio público, pero nunca estaba demasiado apurado para pasar horas orando.
A diferencia de Él, ¡cuán poco tiempo y con cuán poca intensidad oramos nosotros! Cada mañana, recitamos a las apuradas partes de versículos que aprendimos de memoria y nos despedimos de Dios por el resto del día, hasta que nuevamente a las corridas le enviamos algunas peticiones finales por la noche. Este no es el programa de oración que Jesús diseñó. Jesús rogaba durante mucho tiempo y en repetidas ocasiones. Está escrito que pasaba noches enteras suplicando fervorosamente. Pero ¡qué poca perseverancia, qué poca persistencia demostramos nosotros en nuestros ruegos!
La Biblia dice: “Oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Este debería ser el lema de todo seguidor de Cristo Jesús. Nunca deje de orar, por oscuro y desesperante que parezca su caso. Una mujer me escribió cierta vez para contarme que había estado rogando durante diez años para que su esposo se convirtiera, pero él estaba más endurecido que nunca. Le aconsejé que continuara orando. Tiempo después, volví a tener noticias de ella. Me contó que su esposo se había convertido gloriosa y milagrosamente cuando ya hacía once años que ella estaba orando. ¡Imagine si ella hubiera dejado de orar a los diez años!
Con frecuencia, nuestro Señor oraba solo, apartado de toda distracción terrenal. Quisiera instarle a que elija una habitación o un rincón de su casa donde pueda encontrarse con regularidad con el Señor. Esa oración callada, escondida, en la que el alma se encuentra con Dios acercándose a su presencia puede ser la bendición más grande para usted.
Cuando observamos la vida de oración de Jesús, notamos la intensidad con que Él oraba. El Nuevo Testamento dice que, en Getsemaní, Él clamó a gran voz; que en la intensidad de su súplica, cayó de bruces en el terreno húmedo del huerto; que rogó hasta que su sudor era “como gotas de sangre” (Lucas 22: 44).
Muchas veces, hacemos peticiones mezquinas, ejercicios de oratoria, usando palabras de otros, en lugar clamar desde lo más profundo de nuestro ser. Muchas veces, cuando vamos a orar, nuestros pensamientos divagan. Insultamos a Dios al hablarle con nuestros labios mientras nuestro corazón está lejos de Él. Supongamos que estamos hablando con una persona muy importante; ¿permitiríamos que nuestros pensamientos divaguen por un instante, acaso? No; estaríamos profundamente interesados en todo lo que se diga en esos momentos. ¿Cómo, entonces, nos atrevemos a tratar con menos respeto al Rey de reyes?
Jesús nos enseña por quién debemos interceder. ¡Cuán sorprendentes son sus instrucciones, y su ejemplo! Nos dice: “Oren por quienes los ultrajan y los persiguen” (Mateo 5:44). Debemos rogar por nuestros enemigos y pedir a Dios que los lleve a Cristo y, por Él, los perdone.
Las primeras palabras que Jesús pronunció desde la cruz, después que los gruesos clavos habían atravesado sus manos y sus pies, fueron de intercesión por quienes lo habían crucificado: “–Padre –dijo Jesús–, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¿Cuántos de nosotros hemos pasado algún tiempo orando por nuestros enemigos?
También nos dice la Biblia que oremos por la conversión de los pecadores. Cierta vez, escuché un intercambio de ideas entre algunos líderes sobre cómo comunicar el evangelio. Ni una sola vez mencionaron la oración Pero sé que hay decenas de iglesias que tienen muchas conversiones todos los años, solo como respuesta a la oración. Si hay una persona conocida nuestra que necesita a Cristo en su vida, debemos comenzar a orar por ella. Nos sorprenderemos al ver cómo Dios comienza a obrar.
Una lección más que Jesús enseña es la victoriosa seguridad de que Dios responde toda petición sincera. Los escépticos pueden cuestionarlo, negarlo o burlarse. Pero Cristo mismo hizo esta promesa: “Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración” (Mateo 21:22). Debemos confiar en esa promesa. Nuestro Padre es dueño de todo, y Él “les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
Dios puede derrotar a cada uno de los enemigos de su alma y defenderlo a usted de todo peligro. Nada es imposible para Él. No hay tarea demasiado ardua, no hay problema demasiado difícil, no hay ninguna carga demasiado pesada para el amor de Dios. Él conoce completamente el futuro, con sus miedos y sus incertidumbres. Acuda a Él y diga, junto con Job: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (Job 23:10, RV60).
No ponga su voluntad por encima de la voluntad de Dios. No insista en hacer las cosas a su manera. No le diga a Dios lo que tiene que hacer. Más bien, aprenda la difícil lección de orar como oró el mismísimo Hijo de Dios sin pecado: “No se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Muchos de ustedes nunca han llegado a conocer a Jesucristo como para orar en su nombre. La Biblia dice que el único mediador entre Dios y el hombre es Jesucristo. Usted debe conocerlo, y debe orar en su nombre. Así, sus oraciones serán dirigidas conforme a la voluntad de Dios.
Si no sabe cómo orar, comience ahora mismo diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”. Pídale a Dios que perdone todo su pecado, transforme su vida y lo convierta en una persona nueva. Él puede hacerlo hoy mismo como respuesta a una sencilla oración.
Todos queremos ser respetados, aceptados y amados. En realidad, a nadie le gusta tener conflictos, ni ser atacados injustamente. Sin embargo, la realidad es que vivimos en un mundo donde hay dos fuerzas opuestas —el bien y el mal—, de modo que los conflictos no deben sorprendernos. El apóstol Pablo hablaba por experiencia propia cuando escribió a Timoteo que "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Ti 3.12). Jesús dijo claramente a sus discípulos: "Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15.20).
A menudo, cuando tratamos de obedecer la guía de Dios, enfrentamos persecución de parte de jefes, maestros, vecinos, compañeros, o incluso de hermanos de la iglesia. A veces, el origen del ataque pueden tomarnos por sorpresa: alguien que creíamos que era nuestro amigo de repente puede cambiar y convertirse en nuestro enemigo. ¿Cómo quiere Dios que reaccionemos ante algo tan doloroso?
He conocido a personas que realmente han sido perseguidas por causa de la justicia de una manera que me admira e inspira. Con los años, Dios me ha enseñado cómo hacer frente a este tipo de cosas.
Un año después de haber llegado a Atlanta como pastor asociado de la Primera Iglesia Bautista, el pastor principal renunció bajo la enorme presión de un grupo que quería que se marchara. Vi suceder esto, y pronto entendí que querían hacer lo mismo conmigo. Decían que yo no tenía la experiencia ni la capacidad para manejar esta iglesia, y que mi predicación los tenía molestos. Querían un club social, no una iglesia.
El grupo quería que me fuera; me acusaron de cosas terribles, tratando de indisponer a todos contra mí. Llevaban a los miembros del comité a comer para convencerlos de que me despidieran.
Día tras día, oraba de rodillas y le decía al Señor lo mucho que lo necesitaba. Sabía que Él me había llamado a estar en esta iglesia, pero sentía como si estuviera librando una batalla perdida. Le decía: "Señor, por lo que veo, simplemente no hay manera de que pueda ser el pastor de esta iglesia". Pero en medio del conflicto —a través de mi dolor y mi confusión— Él me mostró cómo quería que yo respondiera a la persecución. Aprendí cinco cosas que lo cambiaron todo.
Considerar todo lo que se presente como algo que Dios va a usar con un propósito superior (Ro 8.28).
Esto evitará que usted se convierta en una persona resentida, hostil o vengativa. Si el Señor permite que algunas personas le hieran, véalas como un instrumento de Él, porque Dios tiene algo más grande en mente para bendecirle. El control no lo tienen esas personas, sino Dios. Recuerdo que me dijo con claridad: "Yo estoy creando todas las circunstancias para mi gloria, y para tu bien. Tendrás que confiar en mí. No pelees. No te defiendas. Sólo confía en mí". Todavía hoy, esas palabras significan mucho para mí, porque en todo lo que he enfrentado desde entonces, Él ha sido siempre el mismo Padre amoroso y fiel.
En cierto momento, durante una reunión de asuntos de la iglesia, un hombre, que era parte del principal grupo opositor, vino para hablar sobre el "daño" que yo le estaba haciendo a la Primera Iglesia Bautista de Atlanta. Cuando terminó, se cuadró y me golpeó en la mejilla con el dorso de la mano. Una hermana, saltó de su asiento, y le dijo: "¿Cómo te atreves a golpear a mi pastor?" Increíblemente, eso no me molestó porque acababa de leer Isaías 54.17: "Ninguna arma forjada contra ti prosperará". Resultó ser lo mejor que pudo haber pasado, porque reveló cuán fuera de control estaban las personas que me odiaban. Aunque hubo más oposición que tuve que enfrentar después, ese grupo se marchó apenas diez días después.
Mantener el enfoque en el Señor, pase lo que pase.
Si no lo hace, reaccionará negativamente. Si usted permanece centrado en Dios, las cosas que Satanás utiliza para distraer su atención no tendrán el poder de paralizarle. Ya no escuchará las voces falsas o acusadoras a su alrededor. En Isaías 41.10, Dios nos asegura: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes". Satanás intensificará la oposición porque quiere que usted piense que la situación es peor de lo que es en realidad.
Cada domingo, cuando venía a la iglesia, sabía que había unas 300 personas que querían librarse de mí. Una mañana, alguien llenó el santuario con panfletos que hablaban mal de mí. Por tanto, fui directamente a orar, caí sobre mi rostro, clamé a Dios, y centré mi atención en Él. Por extraño que parezca, cuando volví al santuario sentía que todo el mundo me amaba. Toda la animosidad fue borrada por el amor del Padre celestial; no importa lo que dijeran o hicieran mis atacantes, no sentía ningún resentimiento o temor. El Señor me había cubierto por completo.
Un domingo, vine al servicio matutino sin un sermón. Yo había planificado el mensaje para el servicio de la noche, pero cuando empecé a preparar el de la mañana, sentí que Dios me decía que lo echara a la basura, y que sólo me concentrara en Él. De modo que no tenía nada preparado, y todos mis "enemigos" estaban allí sentados, esperando atraparme. Tomé la Biblia, y Dios me guió a Proverbios 3.5: "Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia". Me concentré en el pasaje, y durante 40 minutos las palabras salieron de mí como un torrente. Era como si el Espíritu Santo se hubiera apoderado de mi persona. Cuando di la invitación al final, hubo personas que se marcharon, y otras que pasaron al frente para ser salvas o unirse a la iglesia.
Más tarde, mis opositores me acusaron de "lanzar una bomba atómica" con mi sermón. Todo lo que pude pensar fue: "¡Échenle la culpa a Dios!" Ese sermón que Él me dio, movió a la gente a apoyarme. Si no hubiera puesto mi mente en el Señor semana tras semana, eso no habría ocurrido. No podría haberlo hecho; habría estado muerto de miedo de pararme al frente sin tener un sermón.
Confiar en el poder de Dios por completo.
Los conflictos, la persecución y la guerra espiritual pueden consumir sus energías físicas, emocionales y espirituales. Usted se va a la cama pensando en ello. Sus "enemigos" saben que tiene debilidades, por lo que estarán pendientes de la primera y más pequeña señal de miedo. Cuando la vean, vendrán contra usted como un rebaño de ganado en estampida. Usted puede estar perfectamente en lo correcto, pero la presión puede hacer que dude del poder de Dios en su vida. Es allí cuando el enemigo comenzará a atormentarle, diciendo: "Dios no va a protegerte. ¡Estás solo!" Usted tiene que rechazar esa clase de pensamientos, y abrazarse al poder de Dios.
En ese momento de mi vida, sentía que no tenía a nadie sino a Dios. No sabía quiénes eran mis amigos, porque éstos parecían cambiar cada semana. Pero el Señor me enseñó que dependía absolutamente de Él, y que lo único que yo podía hacer era confiar en su poder. En el Salmo 28.7, el Rey David reconoce al Señor como la única fuente de su fortaleza, y la única defensa que necesitaba frente a los ataques feroces. De nuevo, en el Salmo 61.2-4, este guerrero expresa su total dependencia: "Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas".
Reconocer que se está librando una batalla espiritual.
Es importante entender la naturaleza de la batalla en que se está. Haga un inventario de la situación, y pregúntese:
¿Tendrá esta batalla algún efecto sobre la obra de Dios?
¿Estoy en el lugar donde el Señor me quiere, haciendo el trabajo que Él quiere que haga?
¿Es bíblica mi posición, y estoy haciendo realmente algo que Dios me ha llamado a hacer? ¿O mi objetivo principal está basado más bien en mi opinión o preferencia personales?
¿Qué está en juego si abandono la lucha o me mantengo en ella —si "gano" o "pierdo"?
¿Cómo se verán afectados otros por mi respuesta a esta persecución?… ¿o por su resultado final?
¿Voy a ser yo glorificado en esto, o toda la gloria será para Dios?
A veces, "ganar" no significa correr a alguien. Es, más bien, ser capaz de resistir y seguir avanzando, sin defenderse, atacar o procurar vengarse. Muchas veces, ganar es simplemente mantenerse firme (incluso en silencio si es necesario) para reforzar el testimonio de Dios. Pablo dijo a los creyentes: "Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne" (Ef 6.10-12). No dijo: "¡Lancen un ataque contra sus enemigos!", sino "estad firmes". El Señor es el que libra la batalla; a usted le corresponde estar firme. Por supuesto, debe tener cuidado de no manipular las circunstancias. Pero si está realmente en el lugar donde Dios le ha llamado, entonces no se dé por vencido —cueste lo que cueste.
Antes de que tuviéramos el radar y otras tecnologías de la comunicación, los marineros tenían poca o ninguna advertencia en cuanto a cuándo se avecinaba una tormenta. Pero cuando encontraban mal tiempo se ataban al mástil de la nave, para que las olas que inundaban la cubierta no los arrojaran al mar. Este es un ejemplo perfecto de lo que Dios quiere que hagamos en medio de una batalla espiritual. Cuando estamos unidos a Él firmemente, decididos a no ser movidos hasta que pase la tormenta, desarrollamos tal unidad con el Señor, que Él tiene completa libertad para actuar como le plazca. No tenemos que tener miedo. Más bien, confiar en el Señor, creyendo que Él está haciendo, en verdad, algo fantástico. Recuerde que no tenemos que luchar con nuestras propias fuerzas. Dios dice: "No te desampararé, ni te dejaré" (He 13.5).
Confíe en que saldrá victorioso.
Podemos confiar en que ganaremos todas las batallas que Dios permite en nuestras vidas, por su absoluta soberanía, no por nuestra fortaleza, sabiduría o experiencia. Porque Él es soberano y Él tiene todo en perfecto control. Si usted elige creer que es una víctima de las personas y de las circunstancias, está diciendo, en realidad, que ellas tienen más control sobre su vida que Dios. Pero si está caminando en obediencia con el Señor, todo lo que Él permite será, al final, para bien suyo y para gloria de Él (Ro 8.28).
Cuando Pablo escribió: "Somos más que vencedores", implicaba que cuando salimos de la batalla, tenemos más de lo que teníamos antes de entrar en ella (Ro 8.37). Ahora tenemos una mayor comprensión de Dios, de su gracia y de sus caminos, sabiendo que nada puede alterar su omnipotencia, su sabiduría absoluta, o su amor (vv. 26-39). Cuando usted llega a esa conclusión, y la cree de verdad, se vuelve plenamente libre. Si cree que el Señor es soberano, y se ha consagrado a Él, ¿por qué preocuparse? Nada podrá dañarnos, si Él no lo permite.
Es por eso que podemos "ganar", aunque el mundo piense que estamos derrotados. El mundo nos dice que manipulemos las circunstancias, o que huyamos. Pero nuestra responsabilidad es, obedecer y confiar en que nuestro maravilloso, amoroso y soberano Padre celestial cuidará de nosotros.
Día tras día, oraba de rodillas y le decía al Señor lo mucho que lo necesitaba.
A través de los tiempos se ha recogido en numerosos textos, canciones, obras de teatro, y más recientemente en películas y programas de televisión, el recuentro de historias de amor que iniciaron con lo que se ha llamado “amor a primera vista”.
Tanto se ha hablado de él, que es importante reflexionar acerca de la posibilidad de que tal cosa realmente se dé. Sin lugar a duda, algunas de estas historias tienen un final feliz, así como muchas otras han sido un total fracaso, sin embargo, a pesar de que el resultado sea positivo, este no es suficiente para probar que el amor verdadero puede surgir de una primera mirada, ya que son muchos los factores y circunstancias que influyen en el desenvolvimiento de una relación romántica, sea cual fuese la forma en que esta inicie.
Ahora bien, es importante que al examinar la posibilidad del nacimiento de un amor verdadero en un primer encuentro, lo hagamos a partir de una correcta definición del concepto de amor.
Para ir directamente al grano, considero que el amor a primera vista es imposible; y es imposible porque el amor verdadero no es simplemente una sensación romántica, ni una atracción sexual, tampoco el deseo de casarse con un posible candidato, o la emoción de haber “capturado” a alguien socialmente deseable. Que es a lo que se limitan las emociones que se pueden producir a primera vista, pero, contrarias al verdadero amor, son principalmente de satisfacción personal ya que son motivadas por un deseo de gratificación o complacencia egoísta.
Cuando nos sentimos de las formas antes descritas, no nos hemos enamorado de otra persona, nos hemos enamorado del amor. Y hay una diferencia enorme entre estas dos cosas. El amor verdadero involucra la expresión de nuestro más profundo aprecio por otro ser humano; es tener un conocimiento muy grande de sus necesidades y anhelos; es generoso, dedicado y comprensivo; y éstas no son actitudes que se producen a primera vista, sino que se desarrollan en el tiempo.
Realmente, existe una calidad espiritual en el vínculo del amor de dos personalidades únicas, en una relación de compromiso, pero ese vínculo no se produce a primera vista en una noche encantadora, en un lugar lleno de personas.
El amor es una manera especial de sentir, de actuar, de pensar y la mejor forma de entregarnos. Es algo que hay que aprender. Porque el amor ES UNA DECISION INTELIGENTE, es educar emociones. Por el contrario, las emociones que surgen en un primer encuentro a partir de una atracción física o así también coincidencia en intereses, temas u otros aspectos de la vida, las podemos definir como “enamoramiento”.
Para minimizar los posibles efectos negativos del enamoramiento, ya que en algunas ocasiones podría cegar el razonamiento, y en general esto lo hacen todas las emociones impulsivas, se debe trabajar en el manejo y control de ellas a través de la razón y la voluntad; porque cuando la pasión se enciende la razón se apaga.
El amor NO es algo fácil. El amor se cultiva con el tiempo, se forja con paciencia y tolerancia, se desarrolla con perdón. El amor se aprende, es una decisión que hay que cultivar, defender y proteger. El amor es un estilo de vida.
Es usual que el amor se confunda con el sexo. Al sexo se le llama amor y al amor sexo. Sin embargo, el amor lo revela el sufrimiento del respeto, del arte de esperar, la grandeza al dignificar, no un deseo corporal satisfecho.
Hay dos tipos de sufrimiento: el sufrimiento de las consecuencias que pueden llegar a truncar el proyecto de vida de una persona, y el sufrimiento de la espera para el disfrute pleno de la relación en todas las dimensiones del ser, es decir, a nivel físico, psicológico y espiritual. Será decisión propia escoger uno o el otro. Lo cierto es que no hay amor sin sufrimiento, no hay alegría sin dolor, no hay felicidad sin espera.
El amor crece cuando hay negación, porque la semilla a la que no se le otorga cuidado y esfuerzo muere estéril. Ese sufrimiento no es el que produce la traición, el abuso, el egoísmo, el sufrimiento que produce felicidad es el resultado de la espera, es el que hace que el amor crezca, es el sufrimiento que surge de la negación, del deseo de hacerlo bien.
Sin embargo, este sufrimiento de la espera no es algo que se puede eliminar si deseamos amar.
Si lo aceptamos puede producir profundidad en la relación, crecimiento y realización. Puede forjar un amor profundo, que sabe resistir las tempestades emocionales, nos ayuda a conocernos mejor y hace que la amistad crezca. El sufrimiento nos enseña a entregar, a renunciar, y a esperar.
Es este sufrimiento el que nos hace verdaderamente compatibles sexualmente cuando nos casamos, porque nos enseña a esperar, a cuidar y a respetar, porque nos permite darnos cuenta que podíamos llegar más allá de la piel, del perfume agradable y de la apariencia.
El enamoramiento egoísta en el que se usa al otro para nuestra propia complacencia degrada, hace perder la dignidad, es un juego, un instrumento para satisfacer y muere rápidamente dejando huellas que duelen. Realmente considero que quienes buscan las relaciones “express”, “sin compromiso”, la aventura y la conquista rápida, podrían estar reprimiendo sus sentimientos y deseos más profundos. Estas personas no son los más apasionados como se tiende a pensar, sino que al contrario, son calculadoras y frías ya que no se han dado la oportunidad de amar de verdad.
El amor no es algo que se usa y se desecha, el amor nació para quedarse, el amor es para siempre, nunca deja de ser. Cuando lo que hay es un enamoramiento egoísta, se exige, pide, demanda, es impaciente con cualquier cosa que se interponga en su camino y trata de dominar imponiéndose. Sin embargo, el verdadero amor no se impone, ni trata de dominar, procura la LIBERTAD de la otra persona. Busca la realización de quien se ama y eleva su dignidad. Se ama cuando se ha aprendido a entregar y a renunciar, cuando se sabe decir “lo siento” y rectifica la actitud. Cuando se ama se espera, se recapacita, se pide perdón, se entrega y se cede.
Esto produce algo más que un sentimiento pasajero y egoísta, desarrolla carácter que produce amor de verdad.
La mayor prueba del amor, está en el hecho de darle a la otra persona la libertad de decir NO, la oportunidad de decidir y sentirse respetada/o. El amor no lo enseña el sexo, la genitalidad, la aventura. El sexo no proporciona la seguridad de que somos el uno para el otro, sino más bien lo hace la capacidad de respetar, valorar, aceptar, del disfrute del tiempo compartido.
El sexo hace que se pierda la alegría del suspenso; nos roba la oportunidad de conocernos mejor, y hace que todo se centre en el placer. El sexo fuera del vínculo del matrimonio impide la oportunidad de que el amor crezca; y es que el amor no crece a partir del sexo; amor es compartir las esperanzas y las penas, es crecer en confianza, compañerismo, son conversaciones sinceras. El amor es una amistad que crece e inspira seguridad, respeto, ilusión; el amor alimenta los sueños y produce esperanza.
El amor no roba la ilusión, la fortalece. Aun si la relación termina, la amistad puede continuar, porque fue forjada con amor de verdad.
Renunciar a uno mismo para entregarse y amar, es requisito del casado y del soltero. Quien aprende a renunciar a su egoísmo, a su individualidad, jamás experimentará la soledad del egoísta. Quienes no aprenden la importancia de la renuncia siempre se sentirán solos, aunque se hayan casado.
Es cierto que todos y todas tenemos que hacer frente a los sentimientos egoístas que afloran, a esa soledad egocéntrica muchas veces disfrazada de lujuria. Los solteros y los casados debemos tener una vida realizada a pesar de los muchos deseos no realizados. Debemos aprender a morir a nosotros mismos con tal de dar vida al amor, ese amor que se entrega, que se da, con tal de sembrar realización en la persona amada. No hay felicidad sin renuncia y sacrificio. Por eso, Jesús no fue un solterón de 30 años. Era una persona llena, satisfecha, realizada, porque se dio todo él, por amor a la humanidad.
Por lo tanto, la felicidad no es condición del estado civil, es el fruto de la renuncia, de entregarnos a quienes hemos decidido amar.
La espera paciente del disfrute físico con el otro contribuye a transformar la potencia del sexo en amor. La inocencia, y el deseo de lo bueno, desarrolla la capacidad de pagar el precio y hacer un sacrificio por este amor.
El amor se expresa cuando somos capaces de trascender el interés más allá del cuerpo hasta llegar al alma. Transformar la pasión en amor, es navegar en las aguas profundas del verdadero yo, de la belleza interior, es valorar y disfrutar. Es la capacidad de fortalecer la razón y la voluntad, hasta el punto de descubrir los secretos del alma. Es descubrir que sus ilusiones me emocionan y sus tristezas me duelen. Es dejar de lado el egoísmo de la autocomplacencia para amar como Jesús amó.
Cuando usted imprime pureza en la relación, hace que el atractivo crezca y lo dirija al matrimonio, y si la relación termina, se creció en el arte de amar. La humildad, la simpatía, el honor, la capacidad de ser uno mismo, nos conduce a planos inimaginables del verdadero amor, el que es libre, emocionante, el que inspira respeto y deseos de vivir. Si una pareja cede a sus deseos puramente físicos, se pierde el atractivo para ambos, es por esto que, en secreto él desea que ella se resista y ella desea que él no la presione.
Génesis: 2: 25 dice: “y estaban ambos desnudos, Adán y Eva, y no se avergonzaban”. ¿Cuál es la desnudez que no avergüenza?
La que implica estar cara a cara, sin máscaras ni engaños, sin intenciones ocultas. Esta desnudez que no avergüenza, es la que desarrolla la capacidad de mostrarnos tal cual somos y aun así, no avergonzarnos. Por lo que, asegurémonos de establecer relaciones que no avergüencen.
El amor no sólo debe aprenderse; debe protegerse, requiere tiempo, debe cultivarse, crece con límites claros, y es producto de mostrarnos en actos que no avergüenzan. Se protege viviendo conforme a los principios divinos, nunca hay contradicción entre el amor y la voluntad divina. La ruina de una vida inicia en la negación de un valor Bíblico; cuando amamos verdaderamente somos capaces de obedecer, sólo el que obedece es capaz de amar.
Tal como lo vemos en 1 Juan 5:3, el obedecer no es carga, sino que ayuda, no nos limita, sino que nos libera. Una palmada, un por favor, un detente, pueden producir una gran diferencia en términos de realización futura.
Recordemos entonces que el amor es una decisión que hay que proteger, es un arte que hay que cultivar. El amor será más profundo si prevalece el respeto. El amor es la decisión de honrar, proteger, embellecer y cuidar a la persona amada.
El amor no hace nada indebido, no busca lo propio, el amor nunca deja de ser.
Enfoque a la Familia
Es un impresionante informe médico. A la una de la tarde: paro cardíaco. Los médicos aplican electrochoques. A las dos de la tarde: nuevo síncope. Reviven a la persona mediante tremendos golpes eléctricos. Quince minutos después, el monitor no da ninguna señal. Los médicos trabajan frenéticamente y vuelven a salvar a la persona.
Tras un respiro de cinco horas: nuevo síncope, nuevo paro y nuevo milagroso retorno a la vida. Y a las ocho de la noche, cuarenta y cinco minutos después: otro paro, otros electrochoques y otra resucitación.
Al día siguiente, a las seis de la mañana, Geraldine Fletcher, de cincuenta y dos años de edad, toma tranquilamente su desayuno. Llega a ser la primera persona que muere cinco veces en un solo día, y es resucitada las cinco veces científicamente.
Para todo hay récords en este mundo. Geraldine Fletcher, mujer morena, fuerte y animosa, batió el récord de muertes y resucitaciones. Cinco veces, en el lapso de pocas horas, su corazón dejó de latir, y las cinco veces, tras frenéticos esfuerzos médicos, volvió a latir. Pero, ¿en realidad murió Geraldine? Los científicos dicen que no, que fue una «cuasimuerte» de la que se recuperó a tiempo, pues nadie regresa de una muerte verdadera.
Hay dos logros que jamás se han podido alcanzar: uno es detener el envejecimiento; el otro es deshacerse del día de la muerte. Aunque se han logrado fantásticos logros científicos en la curación de enfermedades y en la resucitación de ciertas personas, no hemos podido deshacernos ni del envejecimiento ni de la muerte.
«No hay quien tenga poder sobre el aliento de vida, como para retenerlo —dice el Libro Sagrado—, ni hay quien tenga poder sobre el día de su muerte» (Eclesiastés 8:8).
Por más buena salud que tengamos, por más benéfico que sea nuestro ejercicio físico, por más acertada y eficaz que sea nuestra dieta, a la larga todos nos inclinaremos hacia el sepulcro y caeremos como roble gastado.
Para ese día inevitable, y para la paz del alma mientras llega ese día, necesitamos un Salvador que nos dé salvación y vida eterna, un Salvador que sea nuestro amigo durante el resto de los años que nos queden por vivir. Ese Salvador y amigo es Jesucristo. Él desea ser nuestro Señor eterno el día en que abandonemos este cuerpo.
Entreguémosle nuestra vida a Cristo hoy mismo. Él será nuestro amigo fiel, hoy y para siempre.
Hno. Pablo Finkenbinder
Un Mensaje a la Conciencia
A medida que viajo por el mundo, una de las preguntas que más me hacen es: “¿Cómo puede un cristiano conocer la voluntad de Dios para su vida?” La mayoría de nosotros reconoce que Dios tiene un plan para la vida de todo creyente, pero a menudo parece haber cierto problema en determinar cómo es este plan en un momento en particular. Hay bastantes libros, folletos y sermones que tratan con este problema, y sin embargo, las respuestas a veces parecen eludir hasta al indagador más persistente. Ruego a Dios que esto le ayude a llenar algunos de los vacíos de una manera nueva y práctica.
Uno puede buscar pautas definitivas en esta área pero termina simplemente con una gran cantidad de ideas. Algunos, aparentemente, piensan que han perdido la voluntad de Dios. ¡Por lo menos dicen que la están buscando! Para ellos, Dios debe parecerles que está participando en un juego de niños, en el que se ha escondido, su voluntad en algún lugar donde no se ve y nos mantiene corriendo a través de la vida para que tratemos de encontrarla. Y él está en el cielo diciendo: “¡Estás cerca, estás cerca!”
Otros sugieren que la voluntad de Dios debe encontrarse a través de una experiencia traumática. Voy por la calle, piso una cáscara de plátano y me caigo sobre un mapa de la India, e inmediatamente le digo al Señor: “Gracias por guiarme con claridad. ¡Comprendo! ¡Es la India!” O siempre hay una voz del cielo o una visión en sus sueños que le dice que vaya a Qatar.
También están aquellos que en realidad le tienen miedo a la voluntad de Dios. Nunca olvidaré al atleta que se me acercó en el campamento Hume Lake y dijo: “No estoy seguro de que quiera entregar mi vida a Jesucristo porque tengo miedo de lo que me obligará a hacer”. Él tenía la idea de que Dios quiere tomar atletas robustos, romperles ambas piernas y forzarlos a tocar la flauta. Esto implica que Dios es una especie de “aguafiestas cósmico” acabando con la diversión de todos y echándoles a perder su gozo. La gente que tiene este punto de vista teme en realidad que la voluntad de Dios sea una manera severa de vivir que demandará el sacrificio de sus habilidades o posesiones más preciadas...
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