La tecnología puede ayudar a hacer discípulos en todo el mundo, pero nos corresponde a nosotros utilizarla sabiamente.
Miré mi teléfono inteligente y después el televisor, preguntándome cuánto tiempo transcurriría antes de que CNN informara lo que Twitter ya me había estado diciendo durante varios minutos. Mis amigos estaban difundiendo la noticia de que Osama bin Laden había muerto, mientras que el que había sido el canal de noticias de vanguardia, se había quedado atrás.
Pensé entonces en el veloz ritmo del cambio. Me vino a la mente cómo el viajar por el aire —apenas un sueño durante la mayor parte de la historia— era ahora algo normal. Pensé también en la capacidad tecnológica que llevó al hombre a la Luna, y en cómo esa capacidad ha quedado eclipsada por la computadora portátil del mercado actual. Nuestra insaciable y evidente necesidad de lo nuevo, lo rápido y lo conveniente escasamente puede mantener el ritmo. Nos guste o no, nuestro mundo es un mundo tecnológico, y esta realidad afecta la manera como trabajamos y vivimos, nuestras relaciones, e incluso la forma como seguimos a Cristo.
Dos mil años antes de Twitter, Santiago conocía el poder de frases breves e impactantes. Resumió la vida cristiana como: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg 1.27).
Por cuanto los huérfanos y las viudas están entre los miembros más vulnerables de la sociedad, Dios demuestra especial interés por ellos (véanse Dt 10.18; Is 1.17; Jer 7.5-7). Cuidar de ellos, entonces, es actuar como Dios. En la encarnación, el Hijo de Dios se humilló a sí mismo, y vino a vivir entre personas heridas, de manera que cuando los discípulos seguían a Jesús de pueblo en pueblo, también iban tras Él cuando se dirigía a los enfermos y a los que padecían necesidades. Seguir a Cristo hoy es muy parecido. Esto exige que nos inclinemos y toquemos a los que sufren —los huérfanos, las viudas, y cualquiera que esté necesitando de alivio.
Pero hay otro ingrediente en cuanto a la “religión pura y sin mácula”. Santiago nos recuerda que estamos llamados a guardarnos “sin mancha del mundo”. Todos hemos sido golpeados, maltratados y manchados por el hecho de vivir en este mundo. Hasta Jesús mismo tiene las cicatrices de lo que este mundo le hizo. Santiago no está hablando de mantenerse libre de esta clase de manchas; está hablando de santidad y pureza, las características de una existencia vivida andando en las pisadas de nuestro Salvador. Mientras los discípulos de Jesús lo seguían por todas partes de la antigua Palestina, Él les enseñó a orar, los ayudó a entender las Sagradas Escrituras, y abrió sus ojos al reino de Dios. Pedro, Santiago y Juan, junto con los demás, estaban aprendiendo a conocer la compasión de Dios mientras pasaban tiempo con Jesús, llegando a parecerse más a Él.
Los discípulos crecieron en el conocimiento y la fe, y después ayudaron a otros a hacer lo mismo. Esas otras personas transmitieron lo que habían aprendido aun a más gente. Esta práctica de hacer discípulos se propagó de ciudad en ciudad, y de generación en generación, hasta llegar a la nuestra. El pastor y escritor Kevin DeYoung lo dice de esta manera: “El gran requisito indispensable para producir cristianos consagrados y maduros, es otros cristianos consagrados y maduros”. No podemos crecer para ser más como Cristo dejando de lado la comunidad; no podemos crecer más profundamente con Jesús si no pasamos tiempo con personas que lo conozcan bien.
En tanto que nos esforzamos por andar con Cristo, la tecnología ofrece algunas herramientas maravillosas. El mundo está ahora más conectado, y nos encontramos con más oportunidades que nunca para ofrecer un vaso de agua fría en el nombre del Señor. Pero siendo que cada avance en la tecnología nos capacita para amar a nuestro prójimo de una manera nueva, tenemos que tomar una decisión.
Cuando ocurre un desastre natural, enviar ayuda es ahora tan rápido y fácil como enviar un mensaje de texto. Pero el ver eventos catastróficos día tras día a través de una pequeña pantalla de computadora puede insensibilizarnos al sufrimiento muy real de los demás, si no tenemos cuidado. Y aunque la Internet hace que sea más fácil ayudar a los pobres, para muchos será más fácil hacer caso omiso de la pobreza extrema cuando solo la ven por la pantalla de una computadora.
Al mismo tiempo, la transmisión de vídeos, podcasts y libros electrónicos permiten que cualquiera se siente a los pies de maestros extraordinarios de la Biblia. Sin embargo, hay quienes se ven tentados a apartarse de la comunidad local de su iglesia por esa misma razón. Incluso, pueden justificar su decisión, a sabiendas de que los sermones de su pastor no pueden estar a la altura de los de los mensajes que pueden ver y escuchar por Internet. Facebook, Twitter e Instagram nos conectan con amigos y familiares, pero al mismo tiempo hacen posible que dejemos de verles y hablarles con regularidad.
Congregarnos sigue siendo una necesidad para el creyente, pero la tecnología puede embaucarnos haciéndonos creer que ahora es menos necesario, o puede llevarnos en la dirección incorrecta, engañándonos con un tipo de congregación falsa. Hoy en día podemos mantenernos conectados con la cultura que nos rodea, y a pesar de eso vivir totalmente solos. Pero el Señor nunca animó a sus seguidores a que vivieran solos, sin ayuda.
Si bien no creo que sea necesario vivir aislados, tampoco creo que tengamos que deshacernos de todo tipo de herramienta tecnológica. En realidad, el problema no es la tecnología; lo importante es cómo nos relacionamos con ella.
En el primer siglo, cuando los apóstoles y los primeros misioneros salían a difundir la buena nueva de Jesucristo, podían contar con cierto avance tecnológico que hacía posible sus viajes: las carreteras —la red de banda ancha original— las cuales hicieron posible que el evangelio llegara a las partes más distantes del imperio romano, y que de otra manera no habría sido posible.
Mientras iban con las buenas nuevas, los primeros cristianos escribían. Los evangelios y las epístolas del Nuevo Testamento son en sí mismos el equivalente antiguo de sermones en MP3 —portátiles y reproducibles. Cuando Pablo no pudo visitar Roma, envió una carta para explicar su teología y animar a los fieles. De haber él tenido a su alcance la tecnología de hoy, podría haber grabado un vídeo y enviado a los romanos el enlace en YouTube. La carta a los Romanos es, en esencia, un mensaje grabado para ser “repetido” cada vez que alguien necesite escucharlo.
La iglesia primitiva utilizó la tecnología disponible para compartir el evangelio y hacer discípulos. La usaron para mejorar el discipulado, no para desplazarlo. Nosotros debemos hacer lo mismo. Para algunos, esto puede significar encontrar nuevas formas de conectarse; para otros, puede significar desconectarse con más frecuencia. En la medida que nuestras vidas digitales y los dispositivos nos ayuden a ser más como Cristo, serán una bendición. Seguir a Cristo fue la prioridad absoluta para los primeros cristianos, y también debe ser la nuestra —con o sin pantallas.
El hombre se puso a recitar el Padrenuestro: la oración modelo, la oración magistral, la oración cristiana por excelencia. «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...» Y las palabras que nos enseñó Jesucristo fluyeron como fluyen las notas del órgano por sus tubos vibrantes.
Vez tras vez, a lo largo de setenta y dos interminables horas, David Nymann, montañero de Alaska, recitó esa oración reconfortante mientras vientos helados, de ciento treinta kilómetros por hora, azotaban el monte Johnson. Su amigo, James Sweeney, yacía a su lado, con ambas piernas quebradas, sin poder moverse.
La muerte los acechaba a ambos, por frío y por hambre. Al fin un helicóptero los avistó y los rescató. La oración había sido, para ambos hombres, calor, agua y alimento durante tres días.
Aun los hombres más rudos, cuando se ven en apuros, abren los labios para elevar una oración. Nymann y Sweeney, deportistas que querían escalar el monte Johnson de Alaska, sufrieron una caída. Sweeney se quebró ambas piernas; Nymann quedó muy golpeado. Ambos vieron acercarse la muerte. Pero la recitación constante del padrenuestro los mantuvo en vela, y la fuerza poderosa de la esperanza los ayudó a soportar la prueba.
La oración es la única fuerza capaz de unir al hombre, en la tierra, con Dios, en el cielo. Cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos, les dijo: «Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo...”» (Mateo 6:9). Jesús enseñó que Dios es el Padre de toda la humanidad. Cuando sentimos que Dios es nuestro Padre, y cuando abrimos los labios en oración sincera, Dios el Padre acude en nuestra ayuda. Dios quiere ser el Padre de todos.
¿Por qué será, entonces, que tantas oraciones no son contestadas? Quizá sea porque no nos hemos relacionado previamente con Dios. Queremos su ayuda de un momento al otro sin haber establecido una amistad con Él. Dios quiere ayudarnos, pero para alcanzar su ayuda debemos estar en continuo contacto con Él.
Establezcamos, pues, esa comunicación con nuestro Creador y Salvador. La primera oración que Él oye es: «¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18:13). Ese reconocimiento, más la súplica de perdón por nuestros pecados, establece el contacto.
Démosle nuestra vida a Cristo, el divino Salvador. Él quiere ser nuestro Señor. Sometámonos a su señorío, y Él, con seguridad, escuchará nuestra oración.
Hermano Pablo
Un Mensaje a la Conciencia
Durante cinco años y medio estuvo haciendo lo mismo. Cada vez que llegaba el tren a la estación, iba a esperar a los pasajeros. No necesitaba leer los horarios. No le importaba ni el calor tórrido del verano ni el frío gélido del invierno. Cuatro veces al día, con cada tren que llegaba, ya fuera del norte o del sur, iba y esperaba pacientemente en el andén. Era un perro, un perro pastor alemán.
Tiempo atrás se habían llevado, en tren, el cadáver de su amo, y desde entonces Shep, que era el nombre del perro, había ido a esperarlo a la estación a ver si volvía. Viejo ya, un día calculó mal sus pasos y lo arrolló un tren. Esto ocurrió en un pequeño pueblo de Canadá en 1942. Muchos años después, el pueblo aún celebraba al perro pastor alemán, Shep. Lo llamaban «ejemplo de fidelidad.»
La fidelidad no sólo es una gran virtud, sino que es además indispensable para el desenvolvimiento correcto de la vida diaria.
Supongamos que el reloj despertador no nos es fiel, y en vez de llamarnos a las seis de la mañana nos deja dormir hasta las nueve, y perdemos un importante negocio. ¿Qué si la pastilla de aspirina, el gran remedio universal, no nos es fiel, y en vez de quitarnos el dolor de cabeza nos provoca fuerte hemorragia gástrica? ¿O qué si nuestro banquero no nos es fiel, y de repente desaparece con todo el dinero que tenemos en el banco?
Desgracias indecibles ocurren cuando hay falta de fidelidad. Un ejemplo clásico se da cuando el marido le es infiel a la esposa, o cuando la esposa le es infiel al marido. Todo el hogar se hunde en la desgracia. Los dolores más grandes del corazón los provoca la infidelidad conyugal. Lo cierto es que la sociedad entera depende de que haya fidelidad en todo.
¿Y qué de lo espiritual? ¿Qué sería de este mundo si el hombre no le fuera fiel a su Dios? La respuesta es muy evidente. La desgracia de familias destruidas, de esposos y esposas infieles, de hijos abandonados y de vidas deshechas es prueba suficiente de lo que es este mundo cuando el hombre no le es fiel a su Dios.
Sin embargo, la Biblia nos dice acerca de Dios que «si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13). Cristo es fiel aun cuando nosotros no lo somos. En Él podemos encontrar un seguro y fiel Salvador, Uno que no falla, que no engaña, que no desilusiona y que no fracasa. Él es el Salvador que todos necesitamos en estos tiempos de cruda infidelidad.
A la sombra de la cruz, Pilato dijo: "¡Allá ustedes!... y se lavó las manos" (Mateo 27:23, 24). Pero no lo podía hacer. El tenía autoridad para entregar a Cristo, o para soltarlo. Para crucificarlo, o para dejarlo ir. Y además, lo interesante es que Pilato se maravilló de que Cristo no le contestaba una palabra. Se asombró porque Jesús no respondía. El había dicho acerca de Jesús: "¿Qué delito ha cometido?... soy inocente de la sangre de este hombre..." (Mateo 27:23, 24).
La noche anterior, su esposa había dicho: "No te metas con ese hombre, porque anoche tuve una horrible pesadilla por culpa de El". (Mateo 27:19). Y allí está la multitud, rodeando a Pilato, gritando vociferante: "¡Crucifícalo!¡Crucifícalo!" (Mateo 27:22, 23).
Pilato quiso lavarse las manos. (Mateo 27: 24) ¡Pero es imposible ser neutral ante Jesús! El tuvo que tomar su decisión, al igual que usted y yo. Ese "lavado de manos" fue su decisión. Pilato rechazó a Jesús.
Cuando uno lo analiza, Pilato tuvo que escoger entre su posición política y Jesús; entre la neutralidad de la conveniencia y el Hijo de Dios. Y usted también tiene que resolver qué va a hacer con Jesús de Nazaret. Pilato optó por lavarse las manos. Pero ¿qué dice la Biblia? "Pilato soltó a Barrabás. Pero a Jesús lo azotó y lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran", (Mateo 27: 26). En una palabra, no se lavó las manos, ¿verdad? El tomó su decisión - entregó a Jesús.
Pilato hizo esta pregunta: ¿Y qué hago con Jesús el Mesías? (Mateo 27:22) Es la misma pregunta que usted tiene que hacerse. Pilato traicionó a Jesús, lo entregó. ¿Y dónde está Pilato hoy? En la eterna condenación. Porque quiso lavarse las manos. ¿Qué hará usted con Jesús el Cristo, el Hijo de Dios? Recíbalo en su corazón. El va a entrar, le va a perdonar y le va a salvar de la condenación eterna que merece. Jesucristo promete: "Yo les doy vida eterna y jamás perecerán. Nadie podrá arrebatármelas", (Juan 10:28).
Decídase por Cristo. ¡No puede ser neutral!
Ministerio Evangelístico Luis Palau
La alegría hace que la gente se pregunte cuál es su secreto. Sin embargo la alegría no es un secreto para el creyente que confía. Cuando escogemos acercarnos más a Dios, apoyándonos en Su carácter y provisión, el gozo se derrama en nuestras vidas de modo que otros no pueden dejar de notarlo.
¿Quiere usted ser una persona gozosa? Hasta la pregunta sobra, ¿verdad? Nos encantaría vivir por encima de nuestras circunstancias, o tener una gran actitud, o reírnos en abundancia. Pero el gozo va más allá de estas cosas. Aprendamos en la Palabra de Dios las encantadoras facetas del gozo:
1. El gozo es fruto del Espíritu de Dios.
Más que una actitud estupenda o un espíritu resuelto, el gozo viene de Dios (Gálatas 5:22). Nuestro gozo aumenta en proporción directa a nuestra intimidad con Cristo. Y cuando el pecado nos estorba en esa relación, también nos priva de nuestro gozo (Salmo 51:8, 12).
2. El gozo no depende de las circunstancias.
Pablo escribió en Filipenses -carta que a menudo se le llama “el libro del gozo”- desde la celda de una cárcel. Lo criticaron, estaba cansado y malentendido. Pero en vez de permitir que sus horribles circunstancias asfixiaran la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios (como Marcos 4:19 describe que a menudo pueden hacerlo), Pablo escogió concentrarse en el gozo de conocer a Cristo (Filipenses 2:17). La próxima vez que usted lea Filipenses, imagínese la celda de Pablo... y su cara.
3. El gozo es una decisión.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Santiago 1:2). Esta es la realidad, lea eso prestando toda atención. Las pruebas dolorosas de la vida no son alegres en sí mismas, pero cuando las atravesamos debemos estar llenos de gozo. ¿Por qué? Debido al bien que Dios está desarrollando en nosotros y en esa situación...
Continúe leyendo en este enlace: Visión para Vivir
En el momento en que Jesús murió tuvieron lugar tres eventos. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo, lo cual fue de gran significado teológico. El velo del templo separaba el Lugar Santo del “Lugar Santísimo”. Sólo el sumo sacerdote podía traspasar el velo, y sólo podía hacerlo una vez al año en el Día de la Expiación, llevando la sangre derramada en señal de sacrificio por el pecado.
Detrás de este velo estaba la presencia de Dios, fuera del alcance de la persona común y corriente. El velo rasgado era simbólico de que Dios lo había roto desde el interior, poniéndose a disposición de todas las personas. A partir de ese momento, ya no había necesidad de un mediador entre Dios y el pueblo. 1 Timoteo 2:5-6 dice: “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos.” Lo anterior es representado de manera espectacular por un acto divino dentro el templo al momento en que Jesús murió.
El segundo evento se describe como un terremoto, un fenómeno físico acompañado de tres horas de oscuridad. La obra de Jesús en la cruz no fue sólo por la redención de la humanidad, sino de toda la creación. Pablo dice en Colosenses 1:20, “...y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz." En el momento en que Cristo murió el mundo físico respondió.
El tercer evento nos dice que las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos experimentaron una resurrección en masa, pero no aparecen hasta después que Jesús resucitó el Domingo. Luego vinieron a Jerusalén y fueron vistos por muchos. Varias especulaciones rodean lo que implica este evento, pero no hay registros adicionales acerca de esto. La Escritura nos dice, sin embargo, que después de Pentecostés, los saduceos se encontraban grandemente perturbados por esto, y capturaron a Pedro y a Juan, ya que estaban proclamando la resurrección de los muertos en Jesús (Hechos 4:2). Es muy posible que los saduceos estuvieran muy disgustados por haber sido testigos de este tercer evento, al haber visto uno o más de los resucitados en Jerusalén.
Cuatro personas asistieron al funeral de Jesús; José de Arimatea, en cuya tumba Jesús fue colocado; Nicodemo, María Magdalena, y María la madre de Jesús. Aparte de la sepultura de Jesús y de la ubicación de los soldados romanos para guardar la tumba, la Biblia no nos dice mucho acerca del siguiente día. En cuanto al Consejo del Sanedrín, sabemos que fueron testigos de tres horas de oscuridad al mediodía. Ellos sintieron el terremoto y supieron todo acerca de la ruptura del velo que separaba el lugar santísimo.
Rendir cuenta no es un tema del que a la gente le gusta hablar. Valoramos nuestra independencia y la libertad de hacer lo que queremos a nuestra manera. Después de todo, ¿a quiénes de nosotros nos gustaría que otros se metieran en nuestra vida privada? Sin embargo, responsabilizarnos por nuestras acciones es la única manera de proteger nuestra libertad. Una mala comprensión de la libertad conduce a la pérdida de los derechos y, al final, el resultado es la esclavitud.
Esto es lo que el apóstol Pablo estaba tratando de advertir a los creyentes en Gálatas 5: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud" (v. 1). Los cristianos han sido liberados del poder del pecado. Por tanto, pueden escoger obedecer los impulsos del Espíritu Santo, en vez de ser esclavos del pecado. Tolerar el pecado en nuestras vidas es un uso indebido de nuestros privilegio, como nos lo advierte el versículo 13: "Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros".
La libertad en Cristo es un gran privilegio. Sin embargo, acarrea responsabilidad, ya que nuestras acciones, palabras y actitudes nos afectan, tanto a nosotros como a los demás. Rendir cuentas requiere responsabilidad, y por tanto nos motiva a vivir de acuerdo a nuestro llamamiento. Dios nos dio este regalo para protegernos de las decisiones impías que acarrean consecuencias dolorosas.
El principio de rendir cuenta ha exisistido desde la creación del mundo. En el huerto del Edén, Dios dio al primer hombre y a la primera mujer tres simples mandamientos: a cultivar el huerto, cuidarlo y abstenerse de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn 2.15-17). Después de decidir comer el fruto del árbol prohibido, Adán y Eva tuvieron miedo. Se escondieron del Señor (Gn 3.10) para no tener que dar explicaciones sobre su desobediencia. Pero, aun cuando fue confrontado por Dios, Adán trató de eludir su responsabilidad culpando a Eva, y ésta, a su vez, acusó a la serpiente.
La humanidad ha estado repitiendo este mismo patrón a lo largo de la historia. Nos resistimos a responder por nuestras acciones, porque no queremos enfrentarnos a la humillación de reconocer que fallamos. El orgullo nos motiva a tratar de ocultar de los demás y de Dios nuestras faltas, mientras que el miedo a las consecuencias nos lleva a ocultar los hechos y a culpar a otros.
El primer rey de Israel, por ejemplo, trató de justificar su desobediencia (1 S 15). Cuando el profeta Samuel confrontó a Saúl por no haber obedecido las instrucciones de Dios, mintió, diciendo: "Yo he cumplido la palabra de Jehová" (v. 13). Cuando Samuel sacó a la luz su evidente inconsistencia, Saúl presentó excusas. Al negarse a arrepentirse y hacerse responsable ante el profeta de Dios, perdió su trono y el reino (v. 26).
Creado para nuestra protección
Muchas veces salimos perdiendo por no escuchar las advertencias, e ignorar a Dios. Un amigo mío era un excelente pastor fundamentado en una sana teología. Pero alguien lo convenció de que la libertad en Cristo significaba poder hacer casi cualquier cosa que él quisiera. Yo le advertí varias veces que si seguía por ese camino resbalaría y su pastorado se vendría abajo. Pero no quiso escuchar, y como resultado perdió su ministerio.
Quienquiera que se niegue a rendir cuenta está caminando por un terreno peligroso. El diablo trabaja día y noche para devorar a los cristianos, arruinando sus vidas y testimonio. Las tentaciones están al acecho en todas partes, prometiendo placeres, que al final llevan a la desdicha y al pesar. El rey David descubrió esta dolorosa verdad. Pecó con Betsabé después de abandonar sus responsabilidades y aislarse de colaboradores que podrían haberlo ayudado a mantenerse en el camino correcto (2 S 11).
Pero a pesar de que se arrepintió después de la reprensión de Natán, las consecuencias lo siguieron durante el resto de su vida (2 S 12.1-14). Si queremos evitar el engaño del enemigo, tenemos que buscar relaciones con las que seamos mutuamente responsables. Esto requiere el compromiso de asumir responsabilidad por nuestras acciones, y la disposición de ser abiertos, honestos y vulnerables al compartir nuestras vidas con otros creyentes. Puesto que esto incluye reconocer las faltas y hacer las correcciones necesarias con humildad.
Aunque la responsabilidad cristiana en ocasiones implica confrontar el pecado, su objetivo principal es alentar y fortalecernos mutuamente en el andar cristiano. Saber que alguien se preocupa por nosotros, y se toma el tiempo para orar por nuestras luchas, pueden motivarnos a perseverar.
Cuando mi nieto fue a la universidad, se matriculó en el Centro de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva. Pero antes de que pudiera ser aceptado en el programa, tuvo que pasar una prueba física muy agotadora. Lo llamé por teléfono para hacerle saber que estaría orando por él. Cuando terminó la prueba, me llamó para decirme que el solo pensamiento de que estaba orando por él le había dado una explosión de energía, lo que le permitió salir mejor de lo que esperaba. El hecho de saber que lo amaba y que estaba pronunciando su nombre ante el Padre celestial, le inspiró a esforzarse al máximo.
Todos necesitamos esta clase de estímulo de las personas en nuestras vidas. En realidad, a todo creyente le beneficiaría tener un pequeño grupo de amigos que se comprometan a tener una relación abierta y honesta. Pero piense con cuidado a quienes incluye en su círculo. La confidencialidad es esencial, así que nunca escoja a un chismoso, o encontrará que sus secretos los sabrá todo el mundo. Y para evitar cualquier tentación, los hombres deben reunirse con hombres, y las mujeres con mujeres.
En mi vida, le rindo cuenta a un grupo de varios amigos y colaboradores. Ellos tienen mi permiso para señalar cualquier acción o actitud en mí que no sea coherente con la Palabra de Dios, y yo me reservo el derecho de hacer lo mismo con ellos. También vienen a mí para decirme si disciernen algo que puede ponerme en peligro. Estos hombres son como un muro de protección a mi alrededor, y estoy muy agradecido por ellos.
¿Quién responde a quién?
Aunque el principio de rendir cuenta se aplica en todos los ámbitos de la sociedad, esto comienza en el hogar. Primero, los esposos y las esposas son responsables mutuamente. Segundo, a los hijos se les debe enseñar a responder a sus padres, así como también a sus maestros y a otras figuras de autoridad en sus vidas; de lo contrario, se convertirán en adultos irresponsables.
Mi madre sabía exactamente cómo mantenerme bajo control cuando yo era un muchacho. A veces me preguntaba directamente "¿Dónde estabas?" Pero en otras ocasiones tenía esa tranquila y amorosa manera de conseguir directamente la verdad. Me decía: "Dime lo que quieres que yo sepa". Mamá sacaba de mí lo que deseaba saber, porque me motivaba a decirle la verdad.
Piense en la importancia de rendir cuenta en su trabajo. Yo no quisiera pasar sobre un puente con mi auto cuyos constructores no tengan que dar cuenta a nadie. Toda empresa necesita empleados confiables que lleguen a tiempo, se dediquen honestamente a cumplir sus horas de trabajo, y den lo mejor de sí mismos aunque nadie los esté observando.
El gobierno también está basado en la idea de que no podemos simplemente hacer lo que nos venga en gana, sino que debemos responder a la autoridad. Por ejemplo, hay que obedecer las leyes; y nos guste o no, hay que pagar los impuestos. Si es una nación democrática, los ciudadanos tienen entonces el privilegio adicional y el deber de votar a favor de legisladores que los representen. Además, Dios llama a los creyentes a vivir de manera que fortalezcan a su país, no que lo destruyan.
Por último, todos somos responsables ante Dios. Toda la humanidad estará delante de Él en el juicio final (Ap 20.11-15). Como cristianos, somos responsables ante el Señor por la forma en que vivimos, y un día estaremos ante el tribunal de Cristo para rendir cuenta de nosotros mismos (Ro 14.10-12).
El tiempo de prepararse para este encuentro es ahora mismo. Los creyentes tienen el privilegio de dar cuenta al Señor cada día. No se trata de un momento de humillación ante un Dios tiránico, sino de una oportunidad para pedirle cada mañana lo que Él quiere que hagamos. Él es nuestro amoroso Padre celestial, que nos ha dado preceptos para vivir, cuyo resultado serán la paz, el gozo y el contentamiento. El Señor se propone hacer algo bueno en la vida de sus hijos, y tenemos que dar cuenta a Él cada día para asegurarnos de que estamos andando en sus caminos.
Por eso, cada noche antes de dormir, repasemos nuestro día con Él. Imaginemos a Jesús sentado junto a nosotros evaluando las actividades del día. Presentémosle lo que hicimos, lo que no, nuestros éxitos y fracasos, y luego dejamos que Él nos apruebe, aliente o corrija. Aprendamos a ver nuestras actividades, actitudes y palabras a través de sus ojos, y apartemos tiempo para regocijarnos incluso por los más pequeños actos de obediencia.
Jesús enseñó en Mateo 25.14-30 una parábola acerca de nuestra responsabilidad ante Dios. Se refirió a un amo que confió sus bienes a tres de sus siervos antes de hacer un largo viaje. Cada uno recibió una cantidad de dinero conforme a su capacidad particular. Cuando el amo regresó, llamó a sus siervos para que dieran cuenta de cómo habían utilizado lo que les había dado.
Igualmente, cuando Jesús ascendió al cielo dejó a sus siervos en la tierra para que hicieran el trabajo de su reino. A cada uno de nosotros nos ha confiado sus recursos, y seremos llamados a rendir cuenta cuando Él regrese. A pesar de que los talentos en esta historia eran dinero, tenemos que pensar mucho más ampliamente en la aplicación que les demos. Todo lo que tenemos viene de Dios: dinero, tiempo, habilidades, etc. Cuando estemos delante de Cristo, seremos responsables de la manera como usamos lo que Él puso en nuestras manos. Los elogios del amo se basaron en la fidelidad de sus siervos, no en lo mucho que ganaron (v. 20-23). De la misma manera, Cristo juzgará a cada persona individualmente. Para los creyentes, este juicio no será de sus pecados, sino de su mayordomía. Puesto que Cristo llevó el castigo por nuestros pecados, éstos han sido perdonados y olvidados. El juicio que recibamos no será de condenación, sino de recompensas o pérdida de ellas (1 Co 3.10-15).
Cada día ofrece oportunidades para ser buenos mayordomos de lo que Dios nos ha confiado. Nuestro objetivo debe ser vivir de tal manera que podamos estar un día delante de Cristo, y escucharle decir: "Bien, buen siervo y fiel" (v. 21).
Mientras cruzaba un campus universitario para dar una conferencia, un estudiante de segundo año se me acercó y me dijo: “Sr. Graham, ¿no nos defraudará usted, verdad?”. Me dejó perplejo, y le pregunté a qué se refería. Me explicó: “Díganos por favor cómo encontrar a Dios. Es lo que necesitamos”.
En otra universidad, un estudiante me dijo: “Sr. Graham, escuchamos mucho acerca de lo que Cristo ha hecho por nosotros, el valor de la religión y lo que es la salvación personal. Pero nadie nos dice cómo encontrar a Cristo”.
Este lamento de un estudiante sincero se convirtió en un serio desafío para mí. Desde entonces, en cada sermón ante estudiantes universitarios y secundarios he intentado decirles en forma simple y directa cómo encontrar a Cristo.
Millones de estadounidenses toman por sentado los elementos básicos de la fe cristiana. Sin embargo, hay otros millones que son tan ignorantes del camino de salvación que enseña el Nuevo Testamento como lo son los pueblos no alcanzados de Sudamérica o África.
La Biblia enseña que Dios ha hecho el plan de redención tan claro que cualquiera puede ser salvo. Sin embargo, saber acerca de Cristo, la cruz y el camino de la salvación es una cosa, y apropiárselo para uno mismo es otra cosa muy distinta.
Hay miles de personas en el mundo de los negocios, miles de obreros calificados y miles de estudiantes en nuestras universidades que tienen una comprensión intelectual de la fe cristiana, pero nunca han dejado a Cristo entrar en sus vidas.
Usted tiene una necesidad
Me gustaría hablar muy sencillamente acerca de cómo encontrar a Jesucristo y tener la seguridad de la salvación.
PRIMERO: Reconozca su necesidad. Nunca se encontrará cara a cara con Cristo a menos que sepa que lo necesita. Si se siente autosuficiente, capaz de enfrentar la vida con su propio poder, entonces probablemente nunca lo encuentre. Una lectura de los Evangelios revelará que Jesús no obligaba a las personas que se sentían autosuficientes, justas y confiadas en si mismas a aceptarlo.
Pero no tuvo reparos en abrir los ojos del ciego Bartimeo que clamó: “Jesús, ten compasión de mí”. No dudó en dar el agua de vida a la mujer samaritana que dijo: “Dame de esa agua para que no vuelva a tener sed”. Se puso de inmediato al lado del Pedro que se hundía en el agua, cuando este le dijo: “¡Señor, sálvame!”.
No tenemos ningún caso en el que Cristo se rehusara a ayudar a alguien que vio en Él la respuesta a su necesidad más profunda. Por otra parte, no tenemos registros de que haya obligado a ninguna persona que rechazaba su presencia y su poder a recibirlo. Su promesa es: “Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón” (Jeremías 29:13).
Tenemos su promesa
Reconozca su propia pecaminosidad y necesidad espiritual, y luego podrá haber una respuesta de Cristo. Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, al arrepentimiento.
Antes de poder ser salvo, usted debe darse cuenta de que está perdido.
Antes de poder ser perdonado, usted debe darse cuenta de que ha pecado.
Antes de poder convertirse, usted debe estar convencido de que está en el camino equivocado.
Muchas promesas divinas dependen de una condición humana: “Mas a cuantos lo recibieron […], les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12). “Si vivimos en la luz, […] la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. […]. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:7, 9).
Tenemos la promesa, si cumplimos con las condiciones de Dios. Debemos recibir a Cristo antes que podamos ser hijos de Dios, y debemos confesar nuestros pecados antes de poder ser perdonados.
La Biblia enseña que “todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Usted tal vez nunca ha sentido que es un pecador o una pecadora, porque nunca ha cometido un acto abiertamente inmoral.
En tal caso, reciba por fe la enseñanza de la Palabra de Dios de que no ha cumplido con los requisitos de Dios. Estoy seguro de que usted no se considera perfecto. Acepte por fe el hecho de que usted es un pecador.
Isaías, el gran profeta, al ver la pureza y la santidad de Dios, clamó: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos” (Isaías 6:5).
Job, al considerar la santidad y la majestad de Dios, dijo: “Me aborrezco” (Job 42:6, RVR60).
Pedro, el gran apóstol, que estaba dispuesto a ser crucificado cabeza abajo por su Salvador, confesó: “Soy un pecador” (Lucas 5:8).
Vamos al médico
Todos somos pecadores a los ojos de Dios. Debemos reconocer nuestros pecados y estar dispuestos a confesarlos. Cuando tenemos una necesidad física, vamos al médico.
Cuando reconocemos que tenemos una enfermedad moral y espiritual, debemos ir al Gran Médico, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él es el único en el cielo y la tierra que está calificado para tratar con los complejos problemas del corazón humano.
Si las Naciones Unidas se diera cuenta de que el problema básico del mundo es espiritual y moral, sería el primer paso hacia la paz mundial. Sin embargo, está cometiendo el error que han cometido todos los grandes cuerpos deliberativos. Trata con los síntomas más que las causas. ¡La causa de nuestro problema es el pecado!
Este es el mismo error que usted puede estar cometiendo en su propia vida. Ha pensado que su problema es producto de un matrimonio desafortunado, condiciones de trabajo desfavorables o tal vez una discapacidad física o tensiones emocionales.
El problema básico
Pero el problema básico se encuentra en su propia alma. Usted ha ofendido a Dios con su pecado, y ha encontrado que no tiene fuerzas para vivir la clase de vida que usted sabe que debería vivir.
En el momento que usted reconozca esta necesidad y esté dispuesto a acudir a Cristo por fe, habrá dado el primer paso hacia la salvación y la redención.
SEGUNDO: Esté abierto a entender la cruz. Esto suena como casi imposible, porque aun los mayores teólogos nunca entendieron los misterios de la cruz. Esta es una dificultad que parece casi insuperable desde el punto de vista humano. Aun la Biblia dice que el hombre natural no puede comprender las cosas de Dios, así que ¿cómo puede alguien entender la cruz antes de encontrar la seguridad cristiana?
Cuando vemos a Cristo muriendo y derramando su sangre por nuestros pecados, quedamos absortos, asombrados y fascinados. Sentimos una extraña atracción. No podemos siquiera entender nuestros propios sentimientos. No podemos entender un amor tan grande como el suyo.
¿Cómo podemos entender?
Muchos intelectuales han creado teorías con relación a por qué murió Cristo y cuál fue el significado eterno de su muerte. Ninguna parece encajar; son inadecuadas. Ninguna nos satisface. Solo cuando entendemos que Cristo estaba muriendo en el lugar de los pecadores, por el pecado, encontramos los elementos de la satisfacción. Pero, ¿cómo podemos entenderlo?
He aquí el milagro. Así como Pedro dijo por una revelación divina: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16), de la misma forma, mediante un milagro, el significado de la cruz le será dado a usted por el Espíritu Santo.
Recuerdo a un joven periodista de Glasgow que asistió a las reuniones de Kelvin Hall como parte de su tarea. Oyó el evangelio noche tras noche, pero no pareció hacer ningún impacto sobre él.
Sin embargo, un día, cuando uno de sus colegas le preguntó: “¿Qué están predicando allá?”, trató de explicar el evangelio y, al hacerlo, dijo: “Es así … Cristo murió por mí … Cristo murió por mis pecados … y resucitó …”
Y cuando lo dijo, ¡de pronto se dio cuenta de que era verdad! De pronto recibió milagrosamente el pleno significado de esas palabras y en ese momento recibió la seguridad de la salvación.
Cuán vívida, cuán viva se vuelve la cruz cuando Pablo habla de ella: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20). Cuando usted lo vea exaltado y levantado, el Hijo de Dios, azotado, desfigurado, magullado y muriendo por usted, y pueda decir con Pablo, “quien me amó y dio su vida por mí”, habrá dado el segundo paso hacia la seguridad cristiana.
TERCERO: Considere el costo. Jesús desalentó el entusiasmo superficial. Instó a las personas a considerar detenidamente el costo de ser un discípulo. Frecuentemente, cuando grandes multitudes lo seguían, se dirigía a la gente y les decía: “¿Han considerado el costo? ¿Se dan cuenta de que si alguien quiere seguirme tendrá que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme?”.
También dijo: “Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? […] De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:28, 33).
¿Qué es más difícil?
Muchos se acercan a Cristo sin considerar el costo primero. El costo incluye arrepentimiento, dejar el pecado y un reconocimiento continuo y diario de Cristo en su vida. Estos son los requisitos mínimos del discipulado. La vida cristiana no es para los débiles, los blandos o los cobardes.
El director de un campamento cuyo propósito es llevar a jóvenes pandilleros a Cristo dice: “Ser cristiano es la cosa más difícil del mundo. ¿Qué es más difícil que amar a tu enemigo?”.
Un chico, que se convirtió en un robusto discípulo de Cristo en este campamento, dijo recientemente: “En este grupo somos todos hermanos y todos somos hombres. Era demasiado duro para mí al principio, pero luego escuché que a través de Cristo todo es posible. Luego la dureza desapareció. Para mí un hombre no es un hombre, un hombre completo, hasta que llega a conocer a Jesucristo”.
Sí, la vida cristiana es dura y ruda, pero es desafiante. Vale todo lo que cuesta ser un seguidor de Jesucristo. Pronto encontrará que la cruz no es mayor que su gracia. Cuando tome la cruz de la impopularidad, en la universidad o donde se encuentre, encontrará que la gracia de Dios está ahí, más que suficiente para suplir cada una de sus necesidades.
CUARTO: Dé un paso decisivo. Un día, en la Universidad de Stanford, un estudiante de una fe no cristiana vino a mí en el campus y dijo que estaba convencido de que Jesús era el Hijo de Dios, pero no podía confesarlo públicamente. Dijo que en su país de origen el costo sería demasiado grande socialmente.
Tuve que decirle que la Biblia afirma: “A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que está en el cielo” (Mateo 10:32-33).
Como el joven rico de la Biblia, se fue triste. Había considerado el costo y no pudo pagar el precio del reconocimiento abierto de Jesús como su Salvador.
Pedimos a las personas que hagan una confesión pública de Cristo en nuestras reuniones porque Cristo exigía un compromiso definido. No existe tal cosa como un discípulo secreto. Cristo tenía razones para exigir que la gente lo siguiera abiertamente. Él sabía que un voto sin testigos no es un verdadero voto.
El paso decisivo
Hay tres personitas que viven en el fondo de nosotros. Una es el intelecto, otra es la emoción y la tercera es la voluntad. Usted podrá aceptar intelectualmente a Cristo. Emocionalmente, puede sentir que puede amarlo. Sin embargo, hasta tanto se haya entregado a Cristo mediante un acto decisivo de su voluntad, usted no es cristiano.
¿Ha dado usted este paso decisivo? La Biblia dice: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1: 12).
QUINTO: Permita que Dios cambie su vida. Cuando acude a Cristo, usted es un bebé espiritual. Al leer el Nuevo Testamento, verá cómo los primeros discípulos, durante los primeros días de seguir a Cristo, tropezaron y frecuentemente fracasaron. Discutían, eran envidiosos, contenciosos, infieles y a menudo se enojaban.
No obstante, a medida que se iban vaciando de sí mismos y se llenaban de Cristo, fueron desarrollándose hacia la plena estatura de un cristiano.
La conversión es solo el principio. Una nueva vida comienza en usted el momento en que recibe a Cristo. El Espíritu Santo ha pasado a residir en usted. Durante el resto de su vida se ocupará de conformarlo a la imagen de su Hijo, el Señor Jesucristo.
Sin embargo, usted será un objetivo de Satanás, el enemigo de Cristo. Cuando usted andaba en el camino de Satanás, en el mundo, él no se preocupaba demasiado en molestarlo. Lo tenía para sí; usted era su hijo. Pero ahora, desde que usted recibió a Cristo y es un hijo de Dios, Satanás usará todas sus técnicas diabólicas para frustrarlo, obstaculizarlo y derrotarlo.
Milagros alrededor de usted
Cuando usted viene a Cristo, su comportamiento moral sufrirá un reajuste. Encontrará un nuevo deseo de hacer lo correcto junto con las fuerzas para hacerlo.
Habrá reminiscencias de la vida antigua, y habrá momentos en los cuales tendrá deseos de volver “como la puerca lavada, a revolcarse en el lodo” (2 Pedro 2:22). Pero recuerde a quién pertenece ahora.
Usted ha recibido a Cristo y quiere seguirlo y servirlo. Ahora tiene la naturaleza de Cristo en su interior, y “el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
Si usted es fiel en asistir a la iglesia, en la oración, la lectura bíblica y el testimonio, Dios obrará en usted y a través de usted. Usted podrá decir, como Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Verá que ocurren milagros alrededor de usted al disciplinar su vida según el patrón de un verdadero cristiano.
¿Está listo para encontrarse con Dios?
¿No le gustaría saber que todo pecado ha sido perdonado? ¿No le gustaría saber que usted está listo para encontrarse con Dios no importa lo que ocurra en esta era nuclear? Aquí, resumiendo, están los cinco pasos:
PRIMERO: Reconozca su necesidad.
SEGUNDO: Esté abierto a entender la cruz.
TERCERO: Considere el costo.
CUARTO: Dé un paso decisivo de compromiso con Jesucristo.
QUINTO: Permita que Dios cambie su vida.
¿Le ha pasado todo esto a usted? Si no, podría ocurrir hoy, si tan solo permite que Cristo entre en su corazón. Invítelo ahora mismo. La Biblia dice: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Romanos 10:13).
Dr. Billy Graham
Ministerio Billy Graham